l decaimiento del estado de alarma por decisión política del Gobierno español y el fallo del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) que impide que Euskadi adopte las medidas restrictivas previstas por el lehendakari y que se han mostrado eficaces para combatir el coronavirus dejan, de facto, en manos de la ciudadanía la máxima responsabilidad de adoptar las actitudes y compromisos necesarios para evitar la expansión de la pandemia. Durante los últimos meses, la declaración del estado de alarma ha dado cobertura legal a una serie de medidas que, bajo la recomendación de los expertos, han supuesto una limitación de derechos y libertades. Es justo reconocerlo, porque el esfuerzo de todos ha sido extraordinario. Sin ese paraguas y sin el aval de la justicia a algunas de esas limitaciones como el toque de queda, los cierres perimetrales y el número de personas que pueden reunirse por tratarse de derechos fundamentales, es -dada la alta incidencia del virus que aún se mantiene en la CAV- la hora de apelar a los “deberes” que como ciudadanos y sociedad nos corresponden, y que son igual de “fundamentales”, con el objetivo de salvaguardar la salud y la vida de todos. Así lo hace el propio decreto del lehendakari que establece las medidas que han entrado hoy en vigor -y que ayer mismo volvió a reiterar Iñigo Urkullu en las redes sociales-, en el que, ante la imposibilidad de acordar las restricciones tumbadas por el TSJPV, se “recomienda” al conjunto de la sociedad que reduzca en la medida de lo posible tanto la movilidad nocturna como los encuentros sociales y las agrupaciones de personas mientras se mantenga la alerta sanitaria por covid-19, ya que es la única manera de contener los contagios y proteger el sistema sanitario. Es obligado recordar, a este respecto, que la derogación del estado de alarma y la falta de medidas limitadoras no significa que la pandemia esté ni mucho menos superada, aunque los datos indican un descenso, que además sigue un ritmo excesivamente lento. No se ha entrado en la normalidad, no es momento de ello ni de buscar compensar de alguna manera el tiempo perdido. Es, por contra, la hora de mantener e incluso extremar la responsabilidad individual y colectiva, como ha hecho de manera ejemplar hasta ahora el conjunto de la sociedad vasca.