ucho antes de lo esperado, el rebrote de la pandemia de covid-19 ha venido a demostrarnos que el horizonte de los próximos meses será complicado y, en ocasiones, doloroso. Sin llegar a profundizar en las consecuencias socioeconómicas que ya estamos padeciendo, con una caída de la actividad y la demanda a nivel mundial, la mera sucesión de datos diarios de positivos nos pone ante la evidencia de que la excepcionalidad se va a prolongar. Se ha puesto en cuestión la capacidad de aprendizaje y concienciación social ante la amenaza pero la realidad dice que el grado de responsabilidad compartida va en aumento y que sus lagunas, por llamativas que resulten, no definen al colectivo infinitamente mayoritario de la sociedad vasca. Sin embargo, las cifras de positivos ayudan a dibujar un panorama de gravedad al que no debe restarse trascendencia pero tampoco amparase en él para alimentar el desánimo. Los datos objetivos hablan de un aumento de infecciones afloradas merced al incremento de las medidas de detección. Los servicios sanitarios han aprendido y, sobre todo, disponen ahora de los medios de control que no existían al inicio de la pandemia, en marzo y abril pasados. Pero la comparativa de evolución entre ese período y el ciclo vacacional que ahora llega a su fin acredita que la presión sobre las estructuras sanitarias es en estos momentos mucho menor, con un número de hospitalizaciones y fallecimientos aún persistente pero mucho más contenido. El tiempo de ingreso en hospitales se ha reducido también y la asintomatología es hoy la manifestación más habitual de los contagiados. Hoy, las cifras récord de positivos no conllevan el desarrollo de la enfermedad. Esto no quiere decir que podamos permitirnos bajar la guardia. Bien al contrario, el hecho de que el coronavirus acredite una presencia latente, oculta, en la sociedad demuestra que la protección de los más vulnerables exige una máxima precaución individual. Sorprenden por ello las actitudes de quienes parecen irresponsabilizar a la ciudadanía tratando de enfocar toda la exigencia a las administraciones, con independencia del color político de estas. La mejora de la eficiencia la acreditan los datos objetivos y su comparativa con los experimentados en el pasado. La parálisis no es una opción y cultivar el miedo que la provoca no es concienciar.