a aparición de nuevos contagios de covid-19, hace ya unos días en los hospitales de Basurto y Txagorritxu, ya controlados, ahora en Orio y en la comarca de Pamplona y el norte de Navarra, al igual que otros focos de positivos en hasta nueve comunidades autónomas del Estado, cada uno de distinto origen y características, no dibujan ningún escenario que no estuviese previsto y, por tanto, no deberían alimentar el alarmismo sino la responsabilidad. Es obvio que en los últimos días esos casos concretos controlados en Hegoalde han elevado el número de transmisiones del coronavirus por cien mil habitantes por encima de las cifras de hace una semana, lo que se repite asimismo en el cómputo del Estado -principalmente por el centenar largo de casos de los focos de Zaldín y Binéfar (Huesca), también en Murcia, Canarias, Lleida, Extremadura, Galicia y Baleares-, pero también lo es que esa es la “normalidad” con la que conviviremos mientras no se produzca la vacuna capaza de frenar una pandemia que en todo el mundo ya alcanza los nueve millones de contagios y un ritmo de 190.000 diarios, el más elevado desde su inicio. La posibilidad de retrocesos en lo avanzado frente a la covid-19 ha sido y es casi una certeza, como se demuestra en los brotes en Corea del Sur, uno de los países que mejor controló la expansión inicial del SARS-CoV-2; China, con los focos de Pekín y Hong Kong; o la misma Alemania. Y que la apertura de las condiciones de movilidad favorecen la aparición de positivos más o menos esporádicos es una realidad incluso en Nueva Zelanda, el primer país que desterró al coronavirus y que acaba de contabilizar dos casos en turistas. Pero ni la situación, ni las previsiones ni los medios y conocimiento sanitarios son los mismos que llevaron primero a la declaración de emergencia por el lehendakari, Iñigo Urkullu, en Euskadi y después al decreto por Pedro Sánchez del estado de alarma. No se trata, por tanto, de angustiar de nuevo a la sociedad para cimentar la justificación de un posible retorno a medidas restrictivas, sino de analizar, valorar y controlar la incidencia de esos repuntes puntuales de los contagios y, sobre todo, de apelar, una y otra vez, a la responsabilidad personal y colectiva, que no se satisface con el mero hecho de portar una protección individual sino que exige además practicar la prevención diaria a través de las actitudes de higiene y distanciamiento social.