una buena amiga le han diagnosticado un cáncer bastante agresivo, aunque curable. Si todo sale bien, después de pasar por un largo tratamiento, su vida cambiará de forma ostensible. Cuando me lo contó frente a un café, me quedé de piedra. Nunca sabemos qué decir en estas situaciones. Personalmente me sale la torpeza de dar ánimos, torpemente también. Ella me dejó claro que ni se me ocurriera. Y decidí simplemente escucharla. Mi amiga no estaba triste, ni tenía miedo, al menos en ese momento. Estaba enfadada. Muy enfadada. Y cansada. Enfadada por haber sido la desgraciada agraciada de esa lotería. Enfada por no poder encontrar una explicación, un responsable, un culpable. Y cansada por todos los ánimos que le estaba dando la mayoría de la gente con la que había compartido la noticia. "No me entiendas mal", me dijo. No es que no agradeciera el apoyo. No era eso. "Pero es que me están diciendo de todo, que tengo que ser fuerte, que si soy positiva lo superaré, me recomiendan que cambie de dieta, incluso una persona se ha atrevido a insinuarme que esta mierda es síntoma de que tengo sin resolver unos cuantos problemas con mi madre", se desahogaba, "como si encima fuera culpa mía tener cáncer y fuera la única responsable de poder curarme... Sólo faltaba que tuviera que sentirme culpable si las cosas no salieran bien, ¿te imaginas?", me dijo. "Nos hemos tragado de tal manera la pamema del individualismo neoliberal que pensamos que todo depende de nosotras, nos creemos que un libro de autoayuda o una sopa de chirivía nos va solucionar la vida y seguimos siendo como nuestras tatarabuelas, que cargaban diariamente con la culpa de todo lo que les pasaba". Lo único que se me ocurrió después de escucharle hablar con semejante aplomo fue darle un abrazo largo y prometerle que estaré ahí para apoyar sus desahogos y cuidarle con mi buen humor. l