o se sabe en base a qué merecimientos, la información política ocupa los espacios más destacados en los medios de comunicación y las consecuencias de esta desproporción afectan al equilibrio emocional de buena parte de la sociedad, y con más frecuencia e intensidad a la inadecuadamente informada. Psicólogos y sociólogos constatan que el elevado tono de confrontación entre los representantes políticos se ha trasladado a la ciudadanía, hasta el punto de quedar reproducidos en cualquier ámbito de la vida cotidiana los insultos, improperios y baladronadas que se intercambian entre ellos y son amplificados por los medios.

Sin duda, no eran dirigentes políticos quienes insultaron y abuchearon al presidente del Gobierno español durante el tradicional desfile del 12 de octubre -"un coñazo", según Mariano Rajoy-; eran paisanos, individuos sin graduación convencidos de que a Pedro Sánchez se le debe gritar a berrido limpio eso de "ocupa", "traidor", "vendido" o "trilero" y abroncarle reclamando su dimisión. Y no eran tampoco hooligans iletrados pagados a autobús y bocadillo, como pudo comprobarse escuchando a uno de los voceras más activos, un estudiante de Ciencias Empresariales que a sus 20 años se apunta todos los años al evento castrense porque "me gusta el Ejército y abuchear a Sánchez. Es un dos por uno". Con un par.

Tomando como ejemplo el ambiente que trasciende desde los principales medios de comunicación, y en referencia al Estado, entramos ahora en uno de los momentos políticos más turbadores, la presentación de los Presupuestos Generales del Estado. Y teniendo en cuenta que de ellos depende la estabilidad de todos los censados en el conjunto de comunidades autónomas, o sea, de todas las Españas, nos esperan meses de desasosiego y sobresalto.

Han comenzado ya los ritos de apareamiento que evocara Xabier Arzalluz para explicar las desmesuras, bravuconadas y exageraciones previas a los futuros pactos. Al personal de a pie no le queda otra que esquivar los peores augurios, en esta ocasión lo que nos espera en el caso de que a este Gobierno de coalición sostenido con alfileres -pero sostenido- vaya a sucederle el de los otros, el de la jauría reaccionaria que ya se ha juramentado para destejer todo lo que el actual Gobierno progresista ha tejido. O sea, la alternativa estremecedora que tanto jalean los medios conservadores -o sea, casi todos-.

Y así, entre improperios parlamentarios, mediáticos y espontáneos, vemos peligrar las leyes y decisiones progresistas más especialmente significativas que PP y Vox, los futuros e indudables socios, han prometido derogar. A los países periféricos nos llena de ansiedad la posibilidad -nada insólita- de que se invalide la transferencia de prisiones a Euskadi o se desbarate la mesa de diálogo para resolver el problema territorial en Catalunya.

En vilo vivimos la implantación del enfrentamiento casi a cuchillo en este tiempo crucial de los Presupuestos, estremecidos los millones de contribuyentes que aún nos preocupamos por la justicia, los derechos humanos y la convivencia en libertad. En vilo vivimos la amenaza bravucona de la extrema derecha como alternativa, y en vilo vivimos los recelos de los socios del Gobierno español para el acuerdo. A veces da la impresión de que Sánchez chantajea a sus apoyos con la amenaza de lo que les esperaría, y a veces el hipotético chantaje parece recíproco, como si ambas partes dijeran: "Mira lo que te espera si no cedes". Un sin vivir. Nos quedan tres meses para aguantarlos en vilo, y hasta dónde están dispuestos a superar los desacuerdos -firmes o amagados-, la prepotencia y los maximalismos precisamente aquellos en los que con fiamos para liberarnos del aguacero fascista que nos amenaza.