uántas veces nos pasa que no acertamos con las palabras. Queremos expresar un sentimiento, una emoción, y no encontramos la frase que llegue ni a rozar la intensidad de lo que sentimos. Podemos decir a una persona te quiero, por ejemplo, pero esas palabras ya tan gastadas no alcanzan para describir con exactitud la fuerza con la que en ese momento nos late el corazón. Le ocurrió el otro día a una amiga. Tras pasarse el concierto al que fuimos juntas mirando sin pestañear al bajista del grupo, - "es que me encanta, me encanta" repetía convertida de repente en una adolescente-, una vez terminado el concierto, no dudó ni un segundo en acercarse al escenario para pedir al músico que se sacara una foto con ella. El bajista accedió educadamente y cuando mi amiga sintió que sus brazos se rozaban mientras posaban para la foto, intentó expresar lo importante que era para ella ese momento y decirle lo mucho que le gustaba. Pero ¿qué palabras podía usar? No tenía mucho tiempo para reaccionar. Así que tras pasarse el concierto diciendo "me encanta, me encanta", lo único que le salió desde lo más profundo de su ser fue: "Me encantas...". Pero seguidamente sintió que aquellas palabras no eran suficientes para expresar la magnitud de su entusiasmo, así que añadió rápidamente: "...mucho". O sea, le dijo: "Me encantas mucho". Volvió excitada, pero, al mismo tiempo, avergonzada por su frase: "Pensará que soy imbécil", nos dijo. Y añadió que siempre le pasa lo mismo: "Cuando alguien me gusta, me vuelvo imbécil, no sé qué decir, y con la gente que no me gusta me salen todas las palabras como engrasadas una detrás de otra. No tengo remedio". Sin embargo, eso que mi amiga consideró una torpeza quizás exprese mejor que cualquier frase brillante la intensidad de su emoción. Y es que esa frase inexacta, fruto de sus nervios, describe a la perfección la sensación de no encontrar las palabras cuando la emoción nos desborda. Y también es bonito que no nos salgan las palabras. Eso, en sí mismo, también dice mucho.