s inevitable que nuestras criaturas se topen alguna vez en su vida con los personajes de Marvel. Algunas llegan a idolatrarlos por contagio de sus progenitores, otras pasan totalmente y también las hay que los utilizan para describir lo que tienen en casa. Es éste nuestro caso y, de haber podido ser cualquier heroína de curvas sinuosas y mente brillante, mi álter ego ha resultado ser Hulk, la ira verde. Para mí la vuelta a la rutina es como uno de esos pesados abrigos que has de ponerte en la sección de congelados de un híper: tan inevitable como engorrosa. En concreto, lo que llevo peor por encima de todos los peajes rutinarios es la estresante maratón mañanera. Porque yo me creo una madre paciente y comprensiva, que despierta a sus criaturas con delicadeza para empezar bien el día. Pero no sé qué pasa en ese intervalo desde la cama hasta el salir por la puerta que esa mujer melódica se convierte en un ser monstruoso, horripilante, cuyo rostro se desfigura en forma de gritos. Una de mis hijas lo tiene claro. El otro día, le dijo a su hermana entre dientes: "¡Corre! ¡Ponte las zapatillas que viene Hulk!". Porque ésa soy yo, una Hulk en potencia, que de normal es súper maja pero cuando comprueba mañana tras mañana que la cosa no fluye, que las palabras amables no se traducen en hechos, que llevamos media hora para ponernos un calcetín y otro tanto para terminar de desayunar, que en el camino a lavarse los dientes se nos ha cruzado un tren y nos quedamos jugando debajo de la mesa... pues explota. Y después, cuando a veces la escena acaba en llanto, a la Hulk le cae encima (por este orden) la culpa, el arrepentimiento y el intento de explicar lo inexplicable, esperando que algo pueda solucionar. Porque a mí, cuando me pongo, el verdadero Hulk no me llega ni a la suela del zapato. Vivir con una madre como yo tiene tela. Y espero que también alguna cosa buena...