ice el Ararteko, Manuel Lezertua, que los niños han sido los grandes olvidados de esta pandemia. Criticaba hace unos días en el Parlamento Vasco que se les etiquetase falsamente como súpercontagiadores al inicio de la crisis sanitaria, se les prohibiera ir a la escuela, salir de casa, hacer deporte, disfrutar del espacio público, quedar con amigos, jugar al aire libre... Afeaba a los representantes públicos por haberse olvidado en sus discursos de la infancia, la más perjudicada. Y es verdad. En esta pandemia las mascotas, con todos mis respetos, gozaron de más derechos que las niñas. Supongo que ahora quienes tuvieron que gestionarla siguen muy atareados entre la vacunación, los indultos, la factura de la luz y la Supercopa como para pedir disculpas a esas criaturas que, total, ni se enteran. Se adaptan muy bien a lo que hay y no debemos preocuparnos por las consecuencias que este año haya podido dejar en ellas. Son fuertes, igual hasta ya se les ha olvidado. En fin. Desde esta columna yo no espero disculpas, no las habrá. Pero agradezco infinitamente que alguien como el Ararteko dedicara buena parte de su discurso a dar ese tirón de orejas durante el cual muchos estarían mirando al móvil. Por mi parte, prometo intentar que este verano esté lleno de aire libre, pueblo, abuelos, playa y, si el tiempo lo permite, sol y manga corta. Prometo practicar el heladismo y el bañismo, prometo dar al traste con el horario aunque luego nos cueste volver a él. Prometo escondites, paseos mecidos por la brisa, noches en busca de murciélagos y barbacoas con las personas que queremos, que les quieren y nos quieren. Prometo desprenderme junto a ellas de esta adultez que me impregna demasiado. Prometo intentar difuminar este año extraño. Y no lo haré para pedirles perdón en nombre de otros. Lo haré porque ellas se merecen todo eso y mucho más.