uizá influenciada por la luz que entra por mi ventana, por los días largos, por la combinación de sol y viento sobre mi cara cuando ando por la calle, tenía ganas de escribir algo que nos hiciera sonreír, que nos hiciera soltar peso, que quitara un poco de trascendencia a nuestras vidas, que nos ayudara a relativizar lo malo y a disfrutar de lo bello... Me apetecía andar jugando con las palabras como una mariposa ligera entre las flores, me apetecía fijarme en los colores, en los olores, en espacios abiertos, después de tanto tiempo que hemos pasado entre cuatro paredes. Pero este nuevo caso de un padre que mata a sus hijas para vengarse de su pareja, esta nueva muestra del patriarcado con mayúsculas, este nuevo "te vas a enterar" con las peores consecuencias para una mujer, me lleva de nuevo, inevitablemente, a espacios cerrados, agobiantes, asfixiantes, irrespirables... Imagino cuántas mujeres viven angustiadas en su propio hogar, cuántas madres no se separan de sus parejas por miedo a entrar en una guerra que acaben pagando sus hijos e hijas, cuántos niños y niñas presencian diariamente la violencia en su casa, sea física o verbal. Intento imaginar qué mecanismos utilizan para digerir todo lo que ven, todo lo que sufren. Cuando hablamos de estar en nuestra casa, hablamos de un espacio cerrado, pero hay espacios más cerrados que otros. Hay quien tiembla cuando cierra por dentro la puerta de su casa, hay quien tiene al enemigo en su propio hogar, duerme con él, desayuna con él, y no imagino peor pesadilla. Aun así, quiero ver la luz y la intuyo, por ejemplo, en esa reacción social de la que ha sido testigo el pueblo de Basauri ante un ataque homófobo a un joven gay. Solo la reacción ante la injusticia, ante el machismo, ante el abuso de poder, ante la violencia, ante la intolerancia... puede hacernos cambiar el rumbo como sociedad. Solo así estaremos en camino de conseguir que en algunas casas pueda también entrar la luz por la ventana y convertirse en hogares habitables.