ola, buenas. Soy la Mary Poppins navarra que vive en Gasteiz. Y dejarías de pensar que soy una chalada si vieras mi bolso. A ver, yo antes llevaba muchas cosas, lo sé. Aparte de las típicas, cartera, llaves, pañuelos de papel, siempre aparecía algún chicle que se había escapado del envoltorio, un paracetamol, un tampón... De vez en cuando hacía limpieza y (después de alegrarme de encontrar monedas sueltas) me repetía a mí misma que eso de acumular cosas que ni sabía que llevaba no iba a ningún lado. Pero ahora es que lo peto, sí señor. Literalmente. Porque en mi bolso no sólo cabe todo lo mencionado anteriormente, sino que además puedo tener: cochecitos de madera, unas gomas para el pelo con brillantina (por eso me brilla la nariz cuando me sueno, no es que sea tendencia), unas pinzas para la ropa (que no falten), una versión mini de pinturas de palo con su correspondiente mini libreta por si toca esperar en algún sitio, unas flores secas recogidas en Armentia hace dos meses, un palito de madera que era el bebecito de otro que tenemos en el maletero del coche (otro día hablamos de ello), unas chapas súper chulas, unos camellos de plástico que llevamos para que conocieran Salburua, unos restos de pienso que compramos en Ataria para dar de comer a los patos, unas tortitas de maíz por si nos entra el hambre, un paquete atado con una goma con un poco de manzanita seca que se nos antojó la semana pasada, unos calcetines desparejados, unas toallitas por si el recién estrenado control de esfínteres nos pilla desprevenidas, unas entradas de Pirritx, Porrotx y Marimotots de cuando era posible coger entradas para verles, un tique de aquella cena en el camping de la playa de la que disfrutamos tanto las cuatro juntas... Yo no recuerdo haber metido tanta cosa. Pero es que ahora mi bolso ya no es sólo mío. Y si no me crees, quedamos un día y te lo enseño.