stán las clases dirigentes preocupadas por los efectos de la pandemia en nuestra salud mental. Dicen que la cuarta o la quinta ola, voy perdiendo la cuenta, será más psiquiátrica que viral. Dicen que nos estamos volviendo locos los que nos están volviendo locos, y lo mismo es verdad que somos pacientes, pero con ellos. Les preocupa nuestra locura no tanto por nuestra salud, sino en la medida que nos hace más renuentes a tragar sus usos y abusos, y por ahí sí que no. Claro que, de esto de la locura, salud mental que dicen ahora, y su relación con una determinada manera de entender el poder y el control social, ya hay mucho escrito. Quien tenga ganas de ampliar conocimientos que indague, por ejemplo, en Foucault. Nos están previniendo porque todo esto surgirá cuando el virus se atenúe y estemos todos vacunados. Del virus no sé, pero de espanto cada vez más.

Tengo la impresión de que esta locura que nos anuncian igual no lo es tanto. Frente a la enajenación mental permanente surgen a veces destellos de lucidez mental transitoria, de esas que te hacen cuestionarte cosas, y eso, evidentemente, no le gusta al sistema establecido. Se empeñan en liarnos y luego se sorprenden de que nos hagamos un lío y nos preguntemos lo que para ellos debiera ser incuestionable. Entienden que nuestra salud mental es sinónimo de sumisión y obediencia sin criterio cuando lo realmente saludable para el cuerpo y la mente es dejar que estalle la alegría y el coraje por cambiar el mundo en que vivimos, mal que les pese a algunos, y además, hacerlo sin charlatanes ni cuñados. Hace 90 años, un día como hoy, empezó uno de esos momentos de lucidez colectiva. Los de siempre se encargaron de enterrarlo. Que vuelva pues, y si es posible antes del centenario, de nuevo la luminaria, y que cuando hablemos de salud sea en la mejor compañía: salud y república.