e fijo mucho en las contradicciones, posiblemente porque he caído en ellas con frecuencia. Durante mi época mística me enfadaba con quienes abusaban del vicio solitario para, poco después, en la lógica racionalista, reprochar a quien no usaba de ese vicio con la frecuencia requerida por su juventud. Otra temporada pensaba en mis aitas como opresores que limitaban mi libertad, para luego necesitarlos como referentes y terminar echándolos de menos cada día. Para contradictorios, algunos políticos supervivientes a sus incoherencias, como gentes del PP, quienes alentaron en su día que 8 jóvenes de Alsasua, que se pelearon con un guardia civil, fueran condenados a no sé cuántos años de cárcel, y que ahora callan cuando dos policías nacionales apalizan en Linares, sin motivo, a un señor y su hija menor. También es contradicción que Dña. Olona, de Vox, critique a voz en cuello por inmorales los "ongi etorris" a expresos de ETA, y alabe tras su muerte al general Galindo, condenado por tortura y asesinato. Si con mis contradicciones tenía que bregar yo mismo, en los casos de políticos contradictorios, sus incoherencias nos las dejan para que las resolvamos nosotros mientras ellos siguen a lo suyo, el disparate continuo. Menos mal que a veces los descubre el personal, como en el caso del líder del desbarajuste opinativo, mi amigo Maroto, qué alboroto, experto en cambiar de opinión para ajustarse a según cree que es la realidad e intentar engañar al personal. A este lo desenmascararon y lo enviaron a vivir a Segovia. Y es que por mucho que Marx dijera que de la contradicción surge la síntesis, la contradicción no es más que el método de los que no tienen argumentos para arrimar el ascua a su sardina. Todo esto me lleva a recordar con cariño a mi buen amigo Xabier Agirre, que fue buena persona, currela riguroso y, sobre todo, lo más coherente que he conocido.