lgunos lo llaman la situación de emergencia sanitaria. Otros, la crisis de la covid-19. La mayoría, la pandemia. Y los más prácticos, el bicho. Si alguien aún no se ha dado cuenta del brutal impacto del monotema sobre nuestras vidas, seguramente es que vive en otro planeta.

Pero una cosa es ser marciano y otra muy distinta aceptar que el virus se convierta en la gran excusa. En la muletilla de cabecera para justificar toda incompetencia, negligencia, puñalada trapera o jeta de cemento. El chivo expiatorio de inútiles, arteros y granujas de todo pelaje.

¿Que la empresa anuncia 100 despidos de golpe y porrazo? Ah, era por eso. ¿Que se da otra vuelta de tuerca al recorte de libertades y derechos? Lo de siempre. ¿Qué hacía falta un nuevo espantajo para justificar la bajada de salarios y pensiones? Dale. ¿Que las obras acumulan un retraso del doble de lo previsto y una desviación de precio del 40%? Sorpresa. ¿Que no ha llegado el pedido en el día acordado? Venga. ¿Que el chaval lleva un curso entero en blanco? De nuevo. ¿Que los servicios públicos están desatendidos y faltos de recursos? Ea. ¿Que somos muy amigos pero llevamos un año sin encontrar un momento para vernos? Bingo.

Buenos intentos, sin duda. Pero, sintiéndolo mucho, no cuelan. La pandemia, que condiciona por completo nuestras vidas y la época que nos ha tocado vivir, afecta a todos. Pero eso hace tiempo que lo sabemos. Así que no puede seguir siendo el comodín que tape las vergüenzas de nefastos gestores, malos perdedores, redomados vagos y avezados carotas. Un chivo expiatorio barato y manido que la historia no aceptará.

Cuando el bicho desparezca, va a haber muchos motivos para la alegría. Pero uno de ellos será que los profesionales de la excusa se van a tener que quitar la mascarilla. Y muchos se van a quedar en pelotas.