esulta un coñazo infumable la relación de tópicos, lugares comunes y mantras que se comercializan en el ágora sociodigital últimamente gracias al pandemonium, los confinamientos, los toques de queda, las Navidades y su puta madre. Y una de las que más molesta a Horacio es la del principio del fin que reza en las etiquetas de esas vacunas milagrosas que traen los magos de Oriente empadronados en Nueva York o en Ginebra.

En primer lugar, este año no es "una mierda pinchada en un palo que hay que olvidar", como predican estos agoreros del eclipse que pueblan hoy la Tierra. Quien ha vivido, sufrido, disfrutado, crecido, emborrachado, estudiado, compartido o fornicado en 2020, no puede desechar como un trapo sucio esos doce meses valiosos que forman parte de sus vidas como una potente experiencia. Horacio tiene la convicción que estos cenizos que siempre hacen lecturas negativas en primera persona nunca saldrán de su miserable pozo con o sin pandemia, con o sin alegrías, con o sin tristezas.

En segunda instancia, la pócima secreta de Pfizer, Moderna, Oxford o el Sputnik ruso (manda cojones con los chicos de Putin) no son la panacea de nada. Se limitan a tranquilizar a la tropa histérica de los países ricos. Una vez más, este conglomerado de seres humanos que pueblan el orbe han marcado la distancia entre personas en base a su nacionalidad, posición social y condiciones de vida. Esa presunta oportunidad que el Covid 19 ofrecía al Mundo para irradiar solidaridad colectiva se ha quedado en el cajón de algún despacho de Wall Street o Frankfurt junto a los condones usados del presidente del Deustchbank. Los miserables seguirán sin vacuna y sin apenas enterarse de que ha habido una pandemia porque lo que les mata es el hambre, las guerras y las injusticias globales. Horacio brinda por el fin del principio, o mejor, por el fin de los principios.