oy la reina de mi casa. La emperatriz de mi morada. Soy la que más mola, con la que todos quieren estar, la imprescindible, la omnipresente, la continuamente dispuesta y preparada, la que tiene todos los recursos, la que todo lo cura, la que siempre (o casi) sonríe, la solución para todo, la ungida con súper poderes, la elegida para la gloria. La que escucha, la que consuela, la que limita cuando debe, la ecuánime, la sanadora. Soy la administrativa, la contable, la organizadora, la agenda a tres meses vista, la alarma, la educadora a tiempo completo, la monitora de tiempo libre. La mujer a tiempo parcial. Soy la más popular de los 90 metros cuadrados que habito, la siempre alerta, la que no duerme. La paciente, la vehemente, la animadora, la comprensiva. Soy la payasa, la cuentista, la que baila y canta, la que despierta y acuesta con besos acurrucados. Soy ubicua sin quererlo, soy universal sin pretenderlo. Nadie me lo dijo, nadie me preguntó, nadie me advirtió de que tendría dones ocultos que yo misma desconozco. Y que, a veces sin pretenderlo y otras sin poderlo evitar, se volverían en mi contra. Porque también soy la seria, la irresponsable, la borde, la ira personificada y la culpa que viene después. Soy el elemento desestabilizador, el botón que hace estallar la bomba, la maniobra para la guerra. Soy el grito arrepentido, el sermón interminable, la queja compacta de emociones y, seguramente, vacía de contenido. Soy el murmullo enfadado, el llanto solitario, el reproche injusto, la reprimenda incómoda y escasa de argumentos, el cero a la izquierda que perdió la autoestima. Soy el extremo opuesto de la paz y la tranquilidad, el estrés repentino, el agobio infinito, la proyección irreal del futuro, soy el desvelo, el insomnio. Soy tan esquizofrénica que a veces no sé quién soy. Soy tan popular que a veces siento que voy a morir de éxito.