n esta tierra existe una cultura de aprecio a las setas y perretxikos que va más allá de la exquisitez gastronómica. Las personas aficionadas a la micología, que recorren los montes del País Vasco en busca de hongos comestibles, disfrutan del entorno natural privilegiado de hayedos y robledales en los que crecen. Lo que yo no sabía es que cada seta, además de txapela y tronco, tiene bajo tierra una maraña de filamentos largos (llamada micelio) con los que se enrosca a otros hongos y a las raíces de los árboles vecinos, para intercambiar nutrientes y agua. Tampoco sabía que esta red subterránea interconectada puede abarcar todo el bosque, y que funciona casi como las conexiones neuronales. Ello explica que la metáfora de los micelios haya sido utilizada, con mayor o menor fortuna, por movimientos sociales o corrientes de pensamiento. La han usado para explicar su modelo de propagación de ideas basado en el trabajo de base, muchas veces invisible. La iniciativa a la que a mí me recuerdan los micelios es Euskaraldia: una actividad que consiste en que, durante 15 días, concretamente entre el 20 de noviembre y el 4 de diciembre este año, la ciudadanía nos afanamos en aumentar nuestro uso del euskera y cambiar nuestros hábitos lingüísticos en lo cotidiano. Se puede participar como belarriprest (esto es, con el "oído listo" animando a que nos hablen en euskera y esforzándonos por comprender). También se participa siendo ahobizi (viviendo en euskera), como las 225.000 ahobizi y belarriprest de todo Euskal Herria que participaron en la edición de 2018. Se trata, en resumen, de cultivar el euskera y transmitirlo de boca en boca, de oreja en oreja, de grupo en grupo. Y es que no hace falta ser buenas y buenos seteros para valorar la exquisitez de nuestra lengua. A veces solo la vemos como setas estacionales, pero siempre está ahí.