e la desilusión no se vuelve. Es un camino sin retorno. Por eso es tan peligrosa la desilusión, por eso duele tanto. En la vida, puede ocurrir que nos enfademos con un amigo o una amiga y que, con el tiempo, nos reconciliemos; puede ocurrir que una relación amorosa se apague por un tiempo y que, como las brasas cuando se soplan con un fuelle, vuelva de repente a encenderse otra vez... Nos podemos recuperar del enfado, del sentimiento amoroso, del dolor..., pero no de la desilusión. Cuando una persona nos desilusiona, es como si hubiese pasado una frontera y se hubiese cerrado una puerta a sus espaldas. Ya no puede volver a tu mundo, a tu confianza, a tu alma. Ya no puede volver a convertirse en parte de tu ilusión. Aunque quieras. Y eso es lo doloroso, que, aunque quieras recuperar a esa persona, la desilusión la ha expulsado ya de tu vida. La desilusión manda más que tu voluntad. La desilusión es como algunas palabras, que marcan un camino de no retorno. Hay palabras que una vez dichas no tienen vuelta atrás. Cuando una pareja se pierde el respeto, por ejemplo. Hay un antes y un después. Aunque la pareja se mantenga unida, esas palabras seguirán sobrevolando siempre la relación como buitres. La desilusión suena como un piano cuando no se sabe tocar. Es esa mezcla de notas y sentimientos en distintas direcciones que rompen la armonía y crean un estruendo imposible que nos molesta, nos disgusta, nos altera los nervios. De la desilusión no se vuelve. Así que es importante andar con cuidado para que ni las personas, ni los proyectos en los que nos embarcamos nos desilusionen, pero, sobre todo, hay que andar con cuidado para no desilusionar a las personas que nos rodean, a las que realmente nos importan. A veces basta con mostrar de vez en cuando que nos preocupa lo que pasa en sus vidas para no pasar la frontera de la desilusión. A veces basta con avivar las brasas con el fuelle de vez en cuando para no llegar a ese estadio de no retorno. Ánimo, quizá estemos aún a tiempo.