an decidido que llevaremos máscara todo en todos los lugares públicos. Como si el asunto fuera nuevo. Sí, es cierto que las máscaras que usamos desde que convivimos con el virus se ven desde lejos y las que llevábamos antes de la pandemia no se veían tan claramente si no te acercabas mucho, y a veces ni así. Es cierto que estas máscaras nos empañan los cristales de las gafas y las otras no. Pero lo de andar con máscara no es algo nuevo para casi nadie: llevamos máscara todos los días, desde hace mucho tiempo.

Nos ponemos la máscara de la persona eficiente en el trabajo, la de madre o padre cuidador y responsable cuando estamos a cargo de menores, mostramos a la persona que deseamos nuestra máscara más sexy, sacamos la máscara más intelectual cuando vamos a una conferencia o cuando visitamos un museo… Hemos usado tantas máscaras y durante tanto tiempo que ya no sabemos cuál es nuestra verdadera cara, ya no sabemos con certeza quiénes somos. Quizá el uso de estas máscaras físicas pueda ayudarnos a encontrar nuestro verdadero rostro. Y es que, aprovechando la máscara física, quizá se relajen las que usábamos anteriormente. Ya no habrá que poner cara de interés ante un orador, ya no habrá que disimular el bostezo ante un monólogo aburrido, ya no habrá que ocultar nuestra sorpresa, podremos abrir la boca sin que nadie se entere cuando algo o alguien nos sorprenda. Tal vez junto con el uso de la máscara, nos ocurra lo que nos ha ocurrido en general con esta pandemia: que nos desnude. Y como nos ha ocurrido estos días en casa, cuando nos hemos visto en el espejo casi sin peinarnos, sin maquillarnos, sin prepararnos para la calle, tal vez encontremos ahora lo que tantas veces ocultamos a las demás personas pero también a nosotros mismos. Tal vez aparezcamos esta vez de verdad. Tal vez aparezca nuestra esencia.

Ponte una máscara nueva para quitarte de encima todas las que llevas desde hace años. Quizás pueda ser este uno de los quehaceres en este nuevo tiempo.