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Ante todo, análisis frío

En estos tiempos perturbados y perturbadores, siempre conviene hacer el ejercicio de superar las emociones de incertidumbre, horror e indignación, con razonamientos fríos para ver cómo hacer frente mejor a lo que ocurre. Para ello bueno es volver al diccionario y a la ciencia política, para centrarnos un poco.

La democracia es una forma de organización social y política, presentada en el platonismo y aristotelismo, que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía. En teoría, ciudadanos y ciudadanas son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales. Las democracias de hoy no son perfectas, ya que ese gobierno de los más está fuertemente influido por una tipología moderna de aristocracia, en forma de grupos de poder.

Pero donde más confusión hay, es claramente en la diferencia entre términos como el totalitarismo, la tiranía, y el despotismo. Y la teocracia es otro concepto que conviene releer en las enciclopedias. El despotismo es una forma de gobierno en la que una sola persona o entidad gobierna con poder absoluto. En los regímenes despóticos el poder se adquiere con alguna forma de traspaso bastante automático del mismo, pero que no pasa por unas elecciones libres y democráticas.

La tiranía tiene algunas cosas en común con otras formas de excesivo uso del poder, pero también tiene sus propias características. Por ejemplo, no se debe confundir con el despotismo: como ya dijo Aristóteles, el despotismo se impone a personas que no son libres. La tiranía, en cambio, atrae a personas libres. La tiranía no busca, como las monarquías, basarse en tradiciones, costumbres, el orden natural o incluso el derecho divino. A la tiranía, en cambio, le da bastante igual la moralidad, la legalidad, el sentido de la justicia o la verdad y la decencia común. ¿Les suena a algo en el ámbito internacional?

También se diferencia la tiranía de los totalitarismos, porque éstos se caracterizan por poner en primer plano una ideología que se repite y se inculca desde la infancia y se basan en que sea un partido único el que tome decisiones en nombre de una verdad ideológica o religiosa superior. ¡Ojo! No es que el tirano no tenga ideas, es que mezcla verdades y mentiras según las circunstancias, y no le importa que sus actos sean validados o no por las ciencias naturales o sociales.

Platón fue el primero en analizar la tiranía, sobre todo en La República. La describe como el posible hijo monstruoso de la democracia. Platón consideraba que una potencial causa de muerte de la democracia se da, paradójicamente, por un exceso de libertad, que produce una embriaguez colectiva. Siempre según Platón, la democracia podía conducir a una forma de colectivo desorden. Pronto, el pueblo se cansa y ve en el tirano a un personaje providencial capaz de restablecer el orden.

Por otra parte, en una teocracia los gobernantes coinciden con los líderes de la religión dominante, y las políticas de gobierno son idénticas o están muy influidas por los principios de esa religión. Generalmente, el gobierno afirma su integrismo en nombre de la divinidad, tal como especifica la religión local, pudiendo llevarla al extremo de discriminar gravemente a la mitad de su población. Con tal definición vienen a la mente países de oriente medio y situados aún más al este, con sus diversos proxies. Pero también hay gobiernos –presuntamente occidentales– que, con el tiempo, pueden adquirir ingredientes teocráticos y dogmáticos que hacen que no disten demasiado de esa definición y lleven su extremo dogmatismo hasta el punto de responder a ataques con genocidios y de tildar a todo el que objete de antagonista fanático.

Ante los peligros que acechan, la pasividad no es una opción. Si se opta por ella, mañana se puede amanecer en un régimen declaradamente no democrático, y entonces ya será tarde. En regímenes tiránicos, dictatoriales, totalitarios y teocráticos, los ciudadanos de a pie poco pueden decidir respecto a qué hacer y sólo pueden resistir, como lo hacen, por ejemplo, muchísimas mujeres en algunas de las teocracias a las que he aludido.

En las democracias, por imperfectas que sean, podemos tener a quienes son partidarios, por acción u omisión, de alguno de los regímenes antes descritos, y podemos contrariar sus argumentos. Para eso también estamos en democracia. Como estos adjetivos que califican a esos regímenes tienen mala prensa, el apoyo a los mismos se suele disimular argumentativamente, olvidando, perdonando o disimulando sus defectos. Pero en las democracias también, por imperfectas que sean, hemos sido, en el pasado, los impulsores principales de una justicia internacional imperfecta, que ha castigado a unos pocos perpetradores, alguno con mucha sangre en las manos. Lo que ahora ocurre es síntoma de lo necesario que es reforzar el derecho internacional, y hacer que quede no impune ninguno de los responsables de todas las barbaridades que hay por doquier.

Activista de Derechos Humanos - @Krakenberger