Revolución ética
Estados Unidos ha impuesto nuevas tasas aduaneras, se ha desvinculado de organismos multilaterales, ha modificado normas migratorias y niega abiertamente la crisis climática. Ha roto acuerdos clave y forzado al resto del mundo a adaptarse quebrando así las reglas de juego que dieron origen a la globalización e impulsando un regreso al proteccionismo. ¿Cómo pueden tomarse tales medidas sin previo sometimiento a debate alguno? Las decisiones unilaterales ponen de manifiesto la fragilidad de la actual organización mundial, sostenida por acuerdos que se utilizan a conveniencia (¿castillo de naipes?).
Más allá de las formas, urge analizar el fondo. La sociedad ha cambiado: los avances científicos-tecnológicos anuncian transformaciones profundas mientras las estructuras estatales permanecen prácticamente inalteradas. La ciencia, el conocimiento, las comunicaciones y los flujos financieros circulan libremente mientras que las decisiones políticas siguen ancladas a los Estados, sujetas a intereses electorales y a la fragmentación partidaria. Las normas y organismos multilaterales que ofrecían cohesión y orden, pierden vigencia y su cuestionamiento nos devuelve a lógicas dispersas.
Esta confrontación entre estructuras sociales se asemeja a la que se produce entre las placas tectónicas en la naturaleza, donde tensionadas fuerzas antagónicas provocan bruscas alteraciones. En geología se traducen en terremotos y en la sociedad en conflictos o guerras. La actual ruptura de la armonía económica ha provocado el choque y acelerado un proceso de reacciones en cadena de imprevisibles consecuencias.
Arizmendiarrieta planteaba tres condicionantes para que se produzca una revolución: un “cambio brusco” en las estructuras, la modificación del “fundamento ético-moral” en el que se asienta y una mejora de la “eficiencia económica”. Según él: “La revolución económica será moral o no será. La revolución moral será económica o no será”.
Los movimientos iniciados quedan a medio camino:
• Se ha producido “un cambio brusco” de estructuras económicas. Los Estados adquieren conciencia de su vulnerabilidad y pierden confianza en los acuerdos multilaterales. El reajuste estructural es inminente.
• Las “bases éticas” (¡si como tal pueden llamarse!) continúan inalteradas e incluso reforzadas. El poder económico y la fuerza bélica imponen su dominio hegemónico reforzando la militarización. Se retorna a posiciones duras del pasado.
• La “eficiencia económica” sufre un retroceso; el proteccionismo limita la competitividad. Las duras reconversiones industriales de antaño, provocadas por la globalización, requieren ahora reajustes equivalentes en sentido inverso.
Podemos afirmar que las decisiones adoptadas han roto con el pasado, no señalan rumbo y nos hacen más pobres y vulnerables. Las iniciales reacciones de los estados buscan paliar el problema: adoptando medidas recíprocas, negociando acuerdos y reforzando las defensas en prevención de agresiones bélicas. Son medidas de urgencia, a la defensiva, que trastocan las prioridades del Estado de bienestar.
Paralelamente, la sociedad viene experimentando una mutación histórica: se cuenta con una población altamente formada, avanzados sistemas de información e instituciones académico-tecnológico-científicas muy desarrolladas que preconizan el cultivo sistemático de la inteligencia humana. Hemos entrado en una nueva etapa donde el conocimiento y la capacidad innovadora son las claves del desarrollo. La persona adquiere valor estratégico y se convierte en el núcleo del proceso.
La libertad y dignidad de la persona, la construcción comunitaria, la democracia en las organizaciones y las vías de cooperación son los distintivos de esta nueva etapa, que se contraponen con conceptos como rearme, poder, confrontación de bloques e imposición bélica. Se acepta el papel regulador de los mercados, pero, a la pura competencia, se le suma el valor de la cooperación para avanzar en la eficiencia. De ahí surge un cuadro de “valores éticos”... ¿distintivos de la nueva era?
Suenan “tambores de guerra”, el mundo se apresta a un rearme bélico y el miedo se apodera de la escena, mientras que la sociedad avanza, se abren caminos comunitarios de cooperación y se ensayan eficientes modelos económicos. La revolución ética no se construye por “pactos entre estados”, sino por transformaciones sociales y movilización de las bases. Euskal Herria cuenta con meritorias experiencias que, debidamente articuladas, pueden constituir “sistema” que oriente y dé sentido a los cambios. La coherencia ética y la eficiencia económica son las vías para sobrevivir en las turbulencias.