Europa se encuentra en una encrucijada. Una confluencia de riesgos crecientes y la incertidumbre generada por cambios políticos significativos en Estados Unidos amenazan desencadenar una policrisis en el continente. El término no es novedoso. Fue acuñado en 2019 por el analista chino Cheng Yixin (vinculado al Partido Comunista y protegido de Xi Jinping) para referirse al cúmulo de problemáticas complejas de alcance global –sanitarias, económicas, políticas, medioambientales, etc.– que, de un modo sorprendentemente profético, un año después desembocarían en la pandemia del coronavirus. La idea es esta: una interacción simultánea de múltiples crisis que se refuerzan mutuamente, y que puede acarrear consecuencias profundas y duraderas para la estabilidad de Europa.

Basta una ojeada superficial a la prensa diaria para advertir el alud de indicios. La invasión rusa de Ucrania marcó un punto de inflexión en la seguridad europea, fracturando todo el sistema de seguridad colectiva posterior a la caída del muro de Berlín. Este conflicto no solo ha provocado una crisis humanitaria y energética. También ha exacerbado las tensiones preexistentes con Rusia dejando al descubierto nuestras servidumbres energéticas. Pese a la perspectiva de soluciones negociadas, la prolongación de la guerra aun supone una amenaza para la paz y la estabilidad.

Más allá de Europa Oriental, el panorama geopolítico se caracteriza por la competitividad de las grandes potencias. El ascenso de China, junto con las tensiones comerciales y tecnológicas con Estados Unidos, generan incertidumbre y disrupciones en las cadenas de suministro globales. Europa, como actor relevante, se ve afectada por estas dinámicas que la obligan a maniobrar precavidamente para proteger sus intereses.

En este contexto de fragilidad, los cambios internos en países clave, especialmente en Estados Unidos, añaden complejidad. La creciente polarización ideológica, el barullo con respecto a Groenlandia y la guerra arancelaria, amén de la posibilidad de cambios en la orientación de la política exterior estadounidense, generan interrogantes sobre la continuidad de las alianzas transatlánticas y el compromiso de Washington con la seguridad europea. Un giro hacia el proteccionismo por parte de Estados Unidos tendría implicaciones significativas para la defensa, el comercio y la cooperación internacional en Europa.

Europa también enfrenta sus propios desafíos domésticos. El aumento de la inflación y la crisis energética impactan negativamente en la economía, generando malestar social y alimentando el auge de movimientos extremistas. La fragmentación política interna –muy visible en el auge de la extrema derecha– dificulta la adopción de respuestas coordinadas y efectivas a los desafíos comunes, debilitando la capacidad de la Unión Europea para actuar con una voz autorizada en el escenario global.

La interacción de estos múltiples factores –conflicto en Ucrania, rivalidades geopolíticas, incertidumbre, golpes de timón en la Casa Blanca, crisis demográfica, migratoria y medioambiental, etc.– genera el caldo de cultivo perfecto para una policrisis. ¿Qué estamos exagerando? Recuérdese lo que pasó en marzo de 2020. Las crisis se retroalimentan: la guerra en Ucrania agrava la crisis energética, que a su vez alimenta la inflación y el malestar social, lo que puede exacerbar la polarización política y dificultar la respuesta a los desafíos geopolíticos.

¿Cómo se puede enfrentar Europa a estas crisis tan procelosamente poliédricas? Sería necesario adoptar un enfoque estratégico y coordinado. Lo cual implica, entre otras medidas:

  • Reforzar la unidad y la cohesión dentro de la Unión Europea: superar la fragmentación política y cooperar.
  • Diversificar las fuentes de energía e incrementar la eficiencia en la transición hacia una economía verde. Reducir la dependencia de proveedores externos y fortalecer la resiliencia energética.
  • Fortalecer capacidades de defensa y seguridad: Invertir en defensa propia y cooperar estrechamente con sus aliados, especialmente con Estados Unidos, buscando relaciones transatlánticas sólidas y predecibles.
  • Promover la estabilidad económica y social: implementar políticas que mitiguen el impacto de la inflación, fomenten el crecimiento sostenible y reduzcan las desigualdades sociales.
  • Reforzar el papel de la diplomacia y la cooperación internacional.

¿Y qué pasa con ese kit de supervivencia para 72 horas del cual hablan todos los medios? Nadie sabe a quién se le ocurren ideas tan bizarras. Posiblemente, a un anónimo asesor de la Comisión Europea que intentaba justificar su sueldo. Pero no deberíamos quedarnos en lo anecdótico, sino ir a lo esencial y leer entre líneas. Ocurrencias absurdas como esta no son más que epifenómenos de una mente colectiva agobiada por problemas de más hondo calado: la posible llegada de una policrisis a Europa. En este contexto, tanto la ciudadanía como las élites políticas deberían prestar más atención al trabajo útil y los tratamientos preventivos que a las tiritas, los botellines de agua mineral y las linternas cargadas con manivela.

Analista