La OSCE ante su 50 aniversario
La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) puede jugar un papel clave en este segundo cuarto del siglo XXI para intentar remendar al menos algunas de las costuras de la seguridad (en la zona que va “desde Vancouver a Vladivostok”, expresión acuñada por la organización) que se están rompiendo a pasos acelerados.
La OSCE podría, debido a su naturaleza de mesa de diálogo en donde los consensos son el ingrediente para que sus estados participantes puedan avanzar con una agenda común de seguridad, poner en marcha procesos de mediación y facilitación política entre agentes relevantes y dirigidos a tal fin. No obstante, para ello sería necesario el consenso y la voluntad de sus 57 estados participantes (entre ellos todos los de la UE, EE. UU., Rusia o Turquía), algo lejano hoy día con la invasión de Ucrania, diversas guerras híbridas y una creciente desconfianza de por medio.
Es evidente que, en un mundo tan volátil como el actual, las dinámicas entre los diferentes modelos que coexisten en la OSCE (democracias liberales que, con sus imperfecciones, siguen apostando por un mundo basado en reglas e instituciones, los que abogan por un mundo multipolar sin injerencias donde los derechos humanos no existirían ni como decoración y, por último, las fuerzas liberales –ya en la cocina de la UE y cada vez en mayor número– no invitan al entusiasmo. Las agendas antagónicas de dichos bloques, así como la polarización provocada dentro del occidental, hacen realmente difícil que las instituciones y mecanismos colectivos de la OSCE puedan ser utilizados para la consecución de una agenda de paz y seguridad común.
Con el 50 aniversario de la carta fundacional de la OSCE, el Acta Final de Helsinki, y la presidencia rotatoria que en 2025 corresponde a Finlandia, se abre una oportunidad para una vuelta a los orígenes, aunque seguramente el algoritmo de Elon Musk tiene otros planes.
Con el necesario deshielo como telón de fondo, los entonces dos bloques hegemónicos acordaron trabajar en el marco de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE), fundada en 1975, que resultó ser un mecanismo útil para reducir las tensiones durante la Guerra Fría. El Acta Final de Helsinki fue suscrita en agosto de dicho año por 35 estados participantes, tras dos años de negociaciones. El diálogo y la no-injerencia fueron claves para generar confianza entre las partes, que se sentaban a la mesa con concepciones diferentes sobre qué significaba el concepto de seguridad; mientras la órbita soviética consideraba este asunto desde un prisma eminentemente militar, otros en Occidente ligaban a la seguridad el desarrollo económico o cuestiones medioambientales (ambos temas más digeribles para el bloque oriental que el más espinoso de los derechos humanos). Se sentaban así las bases del enfoque de la OSCE sobre seguridad integral, que reconoce que la estabilidad no solo depende de la fuerza militar, sino también de factores económicos, medioambientales y sociales. Seguro que habría a quien le pareció poco, pero posiblemente a otros les supuso mucho.
En los albores de la caída del muro de Berlín comenzó el proceso transformativo de la conferencia, hasta cristalizar en la organización que es hoy. Los países que formaban la entonces Comunidad Económica Europea, además de los EEUU, una URSS que había comenzado su cuenta atrás hacia la (posiblemente inducida) implosión descontrolada, una Yugoslavia que estaba a punto de estallar por los aires o la Turquía de antes de Erdogan, acordaban dar un impulso al Acta Final de Helsinki en una correlación de fuerzas claramente desigual. La organización pudo poner en práctica su mandato en la estabilización de las repúblicas que surgieron de y por las guerras de Yugoslavia, toda vez que no pudo parar éstas. Igualmente, la OSCE ayudó a promover la transparencia militar, y las misiones de observación electoral han avanzado en las reformas democráticas en varios países (algo que sigue haciendo).
No obstante, la organización ha sido incapaz de resolver los conflictos en la región postsoviética, siendo la guerra de agresión de Rusia en 2022 el ejemplo más claro. Además, Moscú desde hace varios años ha dificultado la aprobación del presupuesto de la organización, y siempre está preparada para dificultar cualquier iniciativa que tenga que ver con los defensores de derechos humanos o la libertad de expresión, por poner dos ejemplos. De la misma manera, Occidente no debería hacerse trampas al solitario e ignorar que Rusia considera que el principio de no-injerencia del Acta Final de Helsinki no se respeta, lo que incluye la extensión de la OTAN hasta sus puertas.
Veremos cuál es la apuesta de Finlandia (desde hace casi dos años nuevo miembro de la OTAN). El eslogan es fácil, vuelta a los orígenes en el 50 aniversario. La práctica, bastante más difícil; qué hacer para recuperar la confianza entre los estados participantes y así reducir las tensiones existentes. Al igual que hace 50 años, la amenaza que representa el arsenal nuclear debería ser suficiente incentivo para todas las partes. No obstante, los enemigos de la multilateralidad y de la solidaridad cuentan con armas poderosas, entre ellas los algoritmos que marcan tendencias y prioridades que contravienen abiertamente lo dispuesto en el Acta Final de Helsinki. La codicia, el “proteccionismo arancelista” y el auge de partidos iliberales (derechas extremas de diferentes intensidades) y de actores que no son estados pero que tienen el poder de hacerlos zozobrar, serán factores que complicarán no solo la presidencia finlandesa, sino la labor de la OSCE y quién sabe si su existencia.
Los mecanismos y principios están ya inventados y ahora toca defenderlos, tanto desde dentro de la OSCE como desde los parlamentos de sus estados participantes, pero también desde plazas, asociaciones o medios de comunicación independientes. De poco servirán instituciones como la OSCE si a nivel municipal o regional existen representantes de la ciudadanía que insultan, mienten, interrumpen y no proponen nada que beneficie a la sociedad. Si las ganas de ponerse de acuerdo, de ceder, de entenderse y de pensar en el bien común dejan de ser factores en la ecuación de nuestros representantes políticos, poco importarán la OSCE y el Acta Final de Helsinki. Alguien saldrá ganando, pero no seremos nosotros.
Exdirector de Programa en la Misión de la OSCE en Bosnia y Herzegovina, en donde trabajó de 2009 a 2019. Actualmente es asesor político de la UE en dicho país