En una reciente conferencia uno de los ponentes utilizó la expresión “transformación acelerada” para denominar la compleja y complicada situación universal en la que estamos inmersos desde hace una serie de años. Me pareció una expresión acertada. Relacionaba esa transformación con la aparición de determinadas contingencias y riesgos que nos están afectando en nuestra convivencia diaria actual y, sobre todo, futura.
Parafraseando y seleccionando algunos de esos riesgos, los resumiré en los que relaciono a continuación:
- Ruptura de la estructura de valores que cimientan la convivencia, tanto internacional, como la intranacional.
- Ruptura del consenso básico sobre el derecho internacional.
- Ruptura de parte de los mecanismos y metodologías de las relaciones internacionales.
- Ruptura del paradigma económico, lo que conlleva un deterioro del modelo económico mayoritario.
- Deriva de los avances tecnológicos, no democráticamente controlados, identificada con el indebido uso de la Inteligencia Artificial (IA) y de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTICS) por la apropiación y forma de dominio del contenido que se genere. A lo que hay que añadir su utilización para la generalización de las mentiras y manipulación de los conceptos y hechos.
- Incremento de la presencia social del fascismo.
La síntesis de estas seis rupturas mencionadas puede resumirse en el riesgo global de perder la validez del modelo de relaciones y funcionamiento internacionales de los que la Humanidad se dotó tras la década de los años 40 del siglo pasado.
El debilitamiento de la validez del modelo heredado es perceptible mediante la observación serena de la convulsión que, a día de hoy, está afectando a las relaciones internacionales, sobre todo desde la llegada del actual presidente de parte del norte de América (léase Estados Unidos), y que en sus dos mandatos ha trufado las mismas de ocurrencias, medidas contradictorias y negativas para la convivencia, y casi todas, ligadas a mensajes contrapuestos entre sí y publicitados de un día para otro. Eso sí, transmitidos con la técnica televisiva de los reality show.
Considero que resulta ineficaz analizar y proponer actuaciones desde una óptica exclusivamente actual, sin pararse a pensar en estos temas con una perspectiva histórica y proyectarlos hacia el largo plazo del futuro.
Un ejemplo ilustrativo de lo que digo sería el acceso al poder a través de elecciones libres –Hitler ya lo hizo, y otros le imitaron sin proceso electoral mediante–, para poner en práctica la añoranza de un ejercicio del mismo con formas autoritarias y disruptivas.
Por salirnos de las críticas generalizadas y merecidas que la actuación de los Estados Unidos de América está generando en Europa en estos momentos, vamos a focalizarnos en varios ejes que, según vayan evolucionando, podrán marcar los modelos de convivencia futuros.
El primero se refiere al paradigma económico que está experimentando una transformación, proveniente del mundo académico innovador, en determinados enfoques de sus políticas económicas, agentes y concepciones. Ejemplo de ello son, por un lado, la consideración de que la economía está “incrustada” en la sociedad, es decir, no es autónoma, tal y como se le ha considerado normalmente por la teoría económica dominante, sino que está subordinada a la política, a las relaciones sociales y a los hábitos y costumbres de las personas. Ello implica, además, que, a pesar del incremento exponencial de la capacidad de cálculo computacional, los modelos econométricos deberán tener en cuenta en sus predicciones esas variables no económicas y su evolución si aspiran a alcanzar un nivel predictivo aceptable y fiable.
Tal y como mencioné en un artículo anterior, la política económica está inmersa en un proceso de transformación académica que evoluciona hacia la sustitución paulatina de la política monetaria preeminente, por una política fiscal y presupuestaria, considerada cada vez más eficiente en el logro de los objetivos de política económica a medio plazo.
A lo que conviene sumar el papel que se le asigna al Estado como agente económico de primer orden, no tanto como elemento que corrige, exclusivamente, las deficiencias del mercado en términos de generación de las desigualdades y de la asignación subóptima de los recursos económicos destinados a la inversión, sino como agente activo y eficientemente dinamizador del quehacer económico. Huyendo, siempre, de la tentación de sustituir a la iniciativa privada en todos los ámbitos, aunque sí colaborando con ella. La I+D+i es un buen ejemplo de lo que digo.
Por otra parte, cada vez está más claro que la multilateralidad en las relaciones internacionales, y sus agentes, como la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Organización Mundial del Comercio (OMC), no gozan de su mayor y mejor aceptación, con un problema añadido, nadie entre sus detractores, –las nuevas fuerzas autoritarias y fascistas internacionales–, ha planteado alguna alternativa plausible y fiable, salvo la ley del más fuerte.
Finalmente, resulta conveniente fijarse en la irrupción intensa de los avances tecnológicos, –especialmente los relacionados con la IA y la NTICS–, y su uso dado. Estamos contemplando y experimentando una indeseable utilización de esas tecnologías, en lo que, a influencias electorales, ciberdelincuencia, difusión de mentiras, suplantaciones de personas físicas y jurídicas, se refiere, sin concluir aquí la lista de usos negativos y delictivos. Y sin olvidar las aplicaciones positivas que, también, suponen esas tecnologías.
Termino haciendo referencia a un mal que, pensaba, estaba erradicado tras su inaceptable utilización y abuso, por parte de las dictaduras. Me refiero a la censura. La ruptura de la estructura de valores a la que me refería al principio de este comentario, está presente en nuestro entorno, y parece que la estamos aceptando sin más. Y eso es, también, muy peligroso.
Economista