¡Qué sin Dios! Acabo de coger el mando a distancia de la televisión del salón de casa y acabo de apagar el aparato. He intentado pasar un rato de ocio y descanso viendo algo de programación generalista y lo único que he encontrado han sido versiones revisadas (y presuntamente, mejoradas) de realitys que ya eran actualidad cuando Franco era corneta y supuestos debates de actualidad política con contertulios que, por lo visto, saben y conocen desde los secretos del papel couché, los de los cuidados necesarios para acercarse a la eterna juventud hasta las claves que aproximan a la Humanidad hacia la próxima pandemia, sin olvidarse de las últimas actualizaciones sociológicas o los intríngulis de las relaciones políticas y parlamentarias. Y todo por el mismo precio, oiga. A ver, que yo tampoco soy un purista y, a fuerza de ser sinceros, en muchas ocasiones me da igual arre que so, ya que soy muy básico en cuanto a necesidades en lo que respecta a la caja tonta y su poder de retención. Lo que ocurre es que a uno le da que pensar. Me refiero a que si la programación realmente responde a los intereses de la audiencia o es esta la que se acomoda a la oferta de las empresas de comunicación televisiva sin protestar. La verdad es que no sé que es peor.
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