Izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante y atrás, un dos tres… Así rezaba el estribillo de una canción que, originariamente alemana (Johnny y Charlie), llenó las pantallas de televisión de la piel de toro franquista allá por los años 60-70 del pasado siglo. Un sonsonete repetitivo y facilón acompañado de un no menos repetitivo y facilón baile muy del gusto del público infantil.
Y aquella sencilla estrofa ha venido a mi mente estos últimos días, al comprobar cual ha sido la reacción política al acuerdo alcanzado por PNV, PSE y Elkarrekin Podemos sobre la reforma fiscal de las Diputaciones Forales. Una reacción que, recordando a la expresión popular de corte fluvial de que el Guadiana aparece y desaparece, vuelve a incidir en el recurrente tema de la adscripción de los nacionalistas vascos a un lado u otro del clásico, y hasta cierto punto obsoleto, eje político izquierda-derecha.
Si ya hace bastante tiempo, y éste es solo uno de muchos ejemplos de la cuestión, el ex dirigente podemita Pablo Iglesias calificó al PNV como “un partido de derechas, pero con gran conciencia social”, hoy el presidente del PP del País Vasco, Javier De Andrés, ha solicitado que se incluya al partido fundado por Sabino Arana dentro del “grupo de las izquierdas”. El portavoz parlamentario de los jeltzales, Joseba Díez Antxustegi, también ha terciado en este apartado al declarar en una entrevista de prensa que “la reforma fiscal no es de izquierdas”.
Llegados a este punto, quizá convendría recordar algunos pasajes y circunstancias históricas relacionadas con esta querencia por encasillar y cosificar al principal partido de Euskadi.
En 1931, varios meses después de la proclamación de la II República, dirigentes del PNV como José Antonio Agirre o Jesús María Leizaola participaron en la creación de AVASC (Agrupación Vasca de Acción Social Cristiana), cuyo objetivo, tal como ha recogido en un excelente trabajo el historiador Asier Madarieta, era promover la cultura social-cristiana “que hoy necesitamos todos, ricos y pobres, los que poseen millones y los que carecen de riquezas”. En su primer manifiesto (10 de diciembre), se planteaba en un tono desgarrador el grave problema social que se vivía en aquel tiempo: “Su crudeza conmueve y aflige al mundo entero, incluso en aquellos países de organización social sólidamente cimentada. Ya, aun las doctrinas más moderadas, reconocen que la propiedad individual tiene una función social destacada, que la vida económica no se regula exclusivamente por las famosas leyes de la libre concurrencia, y que el trabajo no es una mercancía como las demás, sometido a las leyes de la oferta y la demanda. Si las doctrinas extremadas de los dos últimos siglos, hicieron del hombre un dios y, paradójicamente, esclavo del hombre, las actuales tienden a hacer del hombre, esclavo del dios sociedad y del dios Estado. Hemos de evitar a todo trace la lucha de clases, anticristiana y antisocial, atajar el atentado criminal, la huelga revolucionaria, el lock-out, el sabotaje, la destrucción y el odio”.
Pero apenas cuatro años después de aquella iniciativa que llegó a organizar una Universidad Social Obrera Vasca (USOV) en aras a la generación de un grupo de propagandistas católicos obreros, sus promotores jelkides abandonaron la organización acusándola de “amarillista, apoyada por la burguesía y, hasta cierto punto, españolista”.
Rebobinando y cambiando de escenario, en 1932, el entonces diputado en el Congreso José Antonio Agirre Lekube pronunció estas palabras en un encendido discurso en las Cortes republicanas: “Si es que derecha es ser opuesto a los avances legítimos de la democracia en contra de los poderes absolutos, si esto es ser derecha, nosotros somos izquierda… Si por derecha se entiende la consubstancia de la religión con un régimen cualquiera y no independencia absoluta de los poderes eclesiástico y civil en sus materias respectivas, entonces también somos izquierda. Y si por derecha se entiende, en el orden social, oposición a los avances legítimos del proletariado, llegando incluso a la transformación absoluta del régimen presente, e incluso hasta donde no veis vosotros en el régimen económico; si por eso se entiende derecha, también somos izquierda”.
En 1934, y después de que el centro-derecha del Partido Radical y de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) obtuviera mayoría parlamentaria en la cita electoral de noviembre del año anterior, los diputados del PNV abandonaron las Cortes en solidaridad con los representantes catalanes que habían visto como el Tribunal de Garantías Constitucionales habían anulado la Ley de Contratos de Cultivo catalana (una reforma agraria puesta en marcha por la Generalitat). El diputado navarro Manuel Irujo valoró años después dichos acontecimientos: “Cuando nos fuimos (de las Cortes) estábamos situados en el centro-derecha. Cuando volvimos, a los cuatro meses, y después de la Revolución del 4 de octubre de 1934, nos encontramos situados en el centro-izquierda, junto a la Esquerra Catalana”.
Analizando el periodo republicano y en relación al vector izquierda-derecha, el profesor Robles Muñoz señala que la posición política del PNV era la del centro: “De las izquierdas les separaba el abismo de la fe, las derechas los agraviaban negando los lazos de religión tratándolos como a sus peores enemigos, pero los llamaban en los días de peligro”.
Durante la II República y el largo periodo del exilio al que se vio sometido tras su derrota en la Guerra Civil, el PNV reafirmó su ideario socioeconómico democristiano, que bien puede ser considerado como una suerte de “tercera vía entre el capitalismo más egoísta y el socialismo estatista; entre el liberalismo capitalista y colectivismo comunista”. Tras la muerte de Franco y en los primeros momentos de la llamada reforma democrática, la Asamblea Nacional de Iruñea de 77 ratificó dichas posiciones abogando por la democratización y humanización de la economía y reconociendo que “existen unas importantes corrientes de opinión política como las basadas en el socialismo democrático, en la teoría sobre la autogestión, en las tendencias humanistas, que creen en un nuevo modelo social basado capaz de compaginar la exigencia de un sistema socialmente justo y la plena vigencia de las libertades democráticas”.
Y a dichos principios ideológicos que dotan de singularidad a su proyecto político y conforman su cauce central, pertenecen también la afirmación de Josu Jon Imaz San Miguel (presidente del Euzkadi Buru Batzar 2003-2007) de que “el PNV se integra en el bloque progresista de Europa”, la del lehendakari Juan José Ibarretxe Markuartu de apostar por una economía “con cara y ojos” o las reiteradas alusiones de Xabier Arzalluz Antia de que el PNV “no es un partido conservador sino transformador”. ¿Izquierda? ¿Derecha? La yenka volverá a sonar y el Guadiana reaparecerá quien sabe dónde.
Doctor en Historia Contemporánea