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Hablando en bata

Víctor Prieto

Solstinoccios

SolstinocciosFreepik

Pisamos ya la primavera oficial en el hemisferio norte, pero con pasos vacilantes. Como si fuera un campo de minas que, cuando las pisas, llueve o incluso un tornado te aplasta con una vaca estresada a la que recogió a su paso por Cantabria al verla aburrida.

Voy a explicarme, no para que me comprendan ustedes sino para aclararme yo mismo conmigo mismo en mi mismez ensimismada, etc. No exagero: entre contradicciones propias y ajenas, la edad y sus achaques y que la culpa es de la sociedad (y de Yoko Ono, claro) me cuesta percibir mi discurso como algo bien hilado en lugar de como una cháchara borrosa. Los años no perdonan porque son una partida de bastardos rencorosos. Es lo que hay. Y quien diga lo contrario que me espere en la calle. Si no se me olvida salgo en breve y nos pegamos (si es que nos acertamos sin gafas, que esa es otra). Pero basta de violencia gratuita: el que quiera un guantazo que se lo pague. Y ahora va, cojo, agarro, llego y vuelvo al disparate climático a calzón quietado y que se muera Mazón si miento siquiera cuatro gotas.

Retomo los asuntos atmosféricos y el cambio climático para ponerme esdrújulo. Creo, por supuesto, en la teoría de que el clima ha sufrido serias alteraciones causadas por nuestra propia estulticia y que comprometen el futuro del planeta. Doy por hecho que las muchas y deprimentes pruebas acumuladas desde que existen registros fiables la confirman más que la desmienten. Pero también tengo mis grandes reservas (dos botellas de Tondonia 2015) y mis dudas: ¿por qué las glaciaciones no se consideran cambios climáticos igualmente bruscos y graves? Como ignorante en la materia -nací de letras de toda la vida de Dios- cuando me adentro en territorio científico me limito a aportar preguntas como una ladilla ignorante pero deliberadamente insidiosa. El Federico Jiménez Losantos de las ladillas en plan plusmarquista de picotazos justo ahí, vaya.

Pero no es menos cierto que mientras en mi Mordor foral llueve poco (de forma muy intensa, sí, pero infrecuente en marzo), en lugares donde desconocían la palabra riada cae agua para mil bodas. Y me escama, claro. En todo caso, del mismo modo que yo ya no soy el que era (con lo que yo he sido y olé) el clima se ha alterado lo suficiente como para dudar de si vivimos en inviervera, primarano, veranoño, otovierno o cualquier otro despojo estacional en el que el granizo vuele hacia arriba y el aire caliente se quede abajo y nos reduzca a tristes charcos de sudor con playeras. Y los solsticios y equinoccios no sean sino anécdotas orbitales sin mayor significado. Pena.