El 22 de marzo se celebra una vez más el Día Mundial del Agua, que en esta ocasión la ONU ha declarado como el Año Internacional de la Conservación de los Glaciares. Los glaciares son esenciales para la vida, ya que su agua de deshielo es vital para disponer de agua potable y para usos agrícolas, industriales y de producción de energía limpia, además de ser esencial para la salud de los ecosistemas.

Transición hídrica y adaptación al cambio climático

El rápido derretimiento de los glaciares provoca que los flujos de agua se vuelvan inciertos, lo que acarrea profundas repercusiones para el planeta y sus habitantes. En este sentido, es esencial reducir las emisiones de carbono a escala mundial y adoptar estrategias locales para adaptarse al retroceso de los glaciares.

Recuerdo la primera vez que vi un glaciar, que fue en los Pirineos, con una imagen tan majestuosa y bella, pero que, cada vez más difícil de ver, ya que los glaciares en los Pirineos y en otras montañas del mundo van desapareciendo.

Solemos oír con mucha frecuencia que “sin agua no hay vida”, y es así. Su carácter vital y trasversal hace que el agua tome parte en todos los sistemas productivos existentes en el planeta, como la agricultura, la industria, el transporte fluvial, usos recreativos y lúdicos, entre otros muchos. Asimismo, el clima, tal y como lo conocemos, la flora y la fauna y, obviamente, nuestra propia existencia, dependen del ciclo del agua.

También solemos oír que el agua es un recurso escaso. Si observamos la tierra a través de un satélite, se aprecia que las tres cuartas partes del Planeta están cubiertas por el agua. El 70% de la superficie terrestre está ocupada por el agua de los océanos. Junto a ella está el vapor de agua de la atmósfera. De todo el volumen de agua que hay en la tierra, solo el 2,59% es agua dulce y la mayor parte de ella, un 2% se encuentra en estado sólido en los casquetes polares. El resto, 0,5% corresponde al agua de los acuíferos y poco más del 0,014% la encontramos en las masas de agua dulce de ríos, lagos y humedales. El agua es un recurso renovable, gracias al complejo sistema del ciclo hidrológico. A priori, esta cantidad debería ser suficiente para satisfacer las necesidades humanas de agua dulce.

Pero hay dos cuestiones a tener en cuenta. Al considerar el agua como recurso natural abundante e inagotable, las sociedades modernas se han encargado de usarla y malgastarla sin pensar para nada en el futuro. En segundo lugar, no ha habido preocupación por la salud de los ecosistemas. Y, de esta forma, se han contaminado las aguas.

Uno de los primeros impactos que el cambio climático está teniendo sobre el planeta es la menor disponibilidad de agua. A nivel global, diversos estudios señalan que en el año 2050, el 50% de la población vivirá en entornos de estrés hídrico.

Otra de las fechorías reflejadas en ríos y acuíferos, es la contaminación. En el contexto de crisis climática en que nos encontramos, con menos agua, esta situación de contaminación se agrava notablemente y compromete la salud de los ríos y acuíferos, y, por tanto, de buena parte del suministro de agua de boca.

El pasado 14 de marzo se presentaba el informe Coyuntura Ambiental Euskadi 2024, elaborado por la sociedad pública Ihobe, dependiente del Gobierno vasco. Dicho informe analiza la evolución de nueve temáticas ambientales: cambio climático, calidad del agua, calidad del aire, salud del suelo, biodiversidad, economía circular, residuos, economía y medio ambiente, y ciudadanía. En cada una de ellas, estudia la evolución de indicadores ambientales dentro del marco de referencia europeo para evaluar la progresión y avance de cada materia ambiental, y la distancia al objetivo en caso de haberlo. Así, el informe ofrece una fotografía del estado actual del medio ambiente en Euskadi.

En lo que respecta al agua, se viene a señalar que el estado de las masas de agua se mantiene estable en los últimos años. Las masas de agua son las unidades de evaluación y gestión sobre el que se establecen objetivos ambientales y se evalúa su cumplimiento. Y en el informe se afirma que la consecución del buen estado de las masas de agua está teniendo una evolución favorable pero lenta.

En la actualidad, el 49% de las masas de agua superficial (se han identificado 128 ríos, 21 lagos y embalses, 14 estuarios y 4 aguas costeras), y el 89% de las masas de agua subterránea (se incluyen 36 masas), se encuentran en buen estado. En aguas superficiales en la mayoría de los casos no se alcanza el buen estado por falta de cumplimiento de objetivos ambientales relacionados con el estado ecológico, y en el caso de aguas subterráneas relacionado con estado químico. Por tanto, a la luz de estos datos, todavía hay algunos retos y mejoras que habrá que conseguir.

En otro orden de cosas, siempre se ha considerado que en Euskadi tenemos suficiente agua y todavía esa mentalidad perdura en no pocas mentes. Sin embargo, una constatación real que se plasma en numerosos estudios científicos es que habrá cada vez menos debido al cambio climático. Y aquí la pregunta que hay que hacer es si queremos cambiar la forma de gestionar el agua. ¿Vamos a dejar que el mercado sea el que decida quién va a tener agua como se hace ya en algunas comunidades, o queremos la adaptación al cambio climático desde la consideración de un bien de interés público, con criterios ambientales y de equidad social?

En mi opinión lo que hay que hacer es empujar con mucha celeridad una transición hídrica justa con el objetivo de adaptarnos a la crisis climática, y donde se garantice el abastecimiento humano y se recupere el buen estado de nuestros ríos, acuíferos, zonas húmedas, estuarios y zonas costeras.

La transición hídrica también tener en cuenta más cuestiones como continuar con la reducción del uso del agua en el abastecimiento humano. Y, en esta materia sí que se están haciendo los deberes aquí, ya que nuestra comunidad tiene el consumo de agua más bajo por habitante y día de todo el Estado español, con 97 litros, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Cuestión que no ocurre con la agricultura, aunque es el caso más bien de Navarra, donde en torno al 80% de los usos consultivos del agua se destina a regadío.

En la hoja de ruta para dicha transición hídrica justa hemos de incluir además las soluciones basadas en la naturaleza (SbN), que se refieren a un conjunto de acciones o políticas que aprovechan el poder de la naturaleza para abordar algunos de nuestros desafíos sociales más urgentes, como la amenaza de la disponibilidad del agua, el creciente riesgo de desastres o el cambio climático, y una gobernanza real del agua. Esta gobernanza pasa por una participación activa y real de todos los sectores sociales y ciudadanos; por una coordinación muy estrecha entre administraciones a todos los niveles; y, por una gestión adaptativa que se vaya ajustando a los cambios que impone el cambio climático.

Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente