Antena 3 estrena esta noche ¡Salta!, un concurso a medio camino entre la prueba del puente de cristal de El juego del calamar y aquel concurso para olvidar llamado El puente de las mentiras que presentó Paula Vázquez en La 1 y que, efectivamente, ya hemos olvidado. 

Como en la serie, los concursantes deben saltar a la baldosa del puente que creen correcta. Para que las elección no quede al azar, cada casilla del puente muestra un enunciado y en cada fila hay solo uno que es correcto, de forma que si eliges la opción mala caes por el agujero y se acaba el juego para ti. Si eliges los pasos buenos y atraviesas las diez filas del puente te llevas hasta 50.000 euros. Esto que en la teoría suena bien y emocionante, en la práctica es poco menos que un desastre, porque en este juego todo está mal planteado, desde el cuadriculado decorado que parece más propio de un programa de hace 30 años a los arcaicos grafismos y efectos visuales, aún más anticuados. 

La propuesta de juego no es mucho mejor. Supongo que para evitar coincidencias con la serie que puedan ser objeto de demanda, aquí hasta han puesto innecesarios atriles en el puesto de salida y en lugar de jugar en igualdad de condiciones, a través de una pregunta con pulsador, que ya es delito ser tan convencional, se elige a un concursante (el controller, ejem) que puede mandar a los demás a cruzar el puente antes que él para que se vayan despeñando y tener el camino medio hecho, con el riesgo de que lo crucen entero y se lleven la pasta.

En cada fila hay dos, tres o cuatro opciones (siempre con una única opción verdadera) y al aparecer el enunciado en pantalla suena como en Atrapa un millón, pero en lugar de billetes, aquí el que cae es el concursante, como en ¡Ahora caigo! pero con casco (aunque no caigan de cabeza) y sin la risilla nerviosa previa a que te abran la trampilla. Es decir, el programa es pura monotonía y lo de caer por el agujero no le da ni emoción ni tembleque al asunto, y como tampoco lo acompañan de un efecto visual en condiciones, la caída, al menos televisivamente, se queda en nada.

Pero al llegar a la pregunta final ya es el despiporre, como se les acabó el presupuesto de los agujeros, o el espacio del plató, tiran de pantalla con seis opciones de las que tres son buenas y tres malas y una única trampilla en la que saltar una y otra vez elevando el cutrerío a niveles indecentes.

Al terminar, el programa vuelve a empezar con otros cuatros aspirantes y otra vez a saltar en este juego sin calamar, pero, también, sin chicha ni limoná. Se hace tan largo y pesado que solo piensas en que se caigan todos de una vez. Y lo peor, cuando ocurre y nadie alcanza la prueba final, Manel Fuentes despide el programa y adiós. Pues hasta nunca.