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El cantante Kanye West se cuela en la alfombra de los Grammy para mostrar al mundo el cuerpo desnudo de su esposa, Bianca Censori. West se pasea a menudo por espacios públicos mostrando el cuerpo de su mujer, y digo que es él quien lo muestra, y no tanto ella, porque viendo las imágenes da la impresión de un hombre presumiendo ante el mundo de un cuerpo de mujer que le pertenece. Y mientras la mayoría de los ojos miran a los pechos, a la entrepierna y a los glúteos desnudos de Censori, yo miro a sus ojos y la veo realmente desnuda, no solo físicamente, desnuda ante una sociedad que la cosifica, que limita su valor a sus curvas, a su atractivo sexual. La imagen me duele como cuando navego por las redes y me asaltan constantemente imágenes de chicas que, conscientes del valor que concede esta sociedad a su capital sexual, entienden que su éxito social pasa principalmente por agradar sexualmente a la audiencia. Esta semana se ha publicado el estudio “Autopercepción de la imagen de las mujeres en los nuevos entornos digitales” (Instituto de las Mujeres) y sus conclusiones ahondan en la herida. Casi el 75% de las chicas jóvenes soportan una muy alta exposición a anuncios sobre operaciones estéticas; un 72% de las encuestadas se ha visto expuesta a comentarios sobre su físico o a mensajes de contenido sexual no deseado y el 60% ha sido objeto de menosprecios, ataques o insultos a través de comentarios machistas. Las mujeres viven sometidas a una presión constante por cumplir con ideales inalcanzables de belleza que son especialmente violentos en entornos digitales. El estudio habla también de la manera en que las redes ligan la sexualización y mercantilización de la imagen de las mujeres con un supuesto empoderamiento de las mismas. Un falso empoderamiento que no es más que una operación de lifting al que se someten el machismo y el capitalismo para seguir reforzando la idea de que el poder de las mujeres reside solamente ahí: en el atractivo de nuestra carne; en nuestro capital sexual.