El otro día, un amigo que se fue de vacaciones a Canarias nos envió un vídeo en un grupo de WhatsApp: se veía una patera, abandonada en la orilla de la playa. “Parece que llegaron ayer, y han dejado todo tal y como está”. En las imágenes se veían algunos chubasqueros, cajas de plástico y un motor en el medio. “Con el viaje que han hecho, lo que aún les queda por delante...”, pensé. Quién sabe dónde acabarán, en algún rincón de la península ibérica, en una ciudad gris europea o en Euskal Herria. Sí, no invento la pólvora con decir que Euskal Herria se ha convertido en una tierra de acogida, o que las comunidades de refugiados y migrantes forman parte del panorama de muchas ciudades y pueblos vascos. Para algunos parece ser un problema: recuerdo un artículo de un periódico local de hace poco que decía que la presencia de inmigrantes causaba falta de seguridad en una calle del Casco Viejo de Pamplona. Detrás del clickbait, el lector tenía que llegar hasta la mitad del artículo para darse cuenta de que no había ninguna prueba ni hecho que confirmara esto. Sensacionalismo puro, vaya. El problema nace cuando el público que cree en opiniones racistas cambia y puede volverse peligroso: los reaccionarios de siempre han existido, y quizás no nos interese discutir con ellos. Sin embargo, me sorprende oír a conocidos (y a veces amigos) decir lo siguiente: “Vienen aquí y es que no se integran. No aprenden euskera, y así es como aumenta el número de castellanohablantes”. Así de fácil: habemus culpable.

Unos apuntes: según el Instituto de Estadística de Navarra, Nastat, de acuerdo con los datos publicados en mayo de 2024, el 26,7% de la población de 3 años o más sabe un poco de euskera (es decir, el 15,1% de la población es vascohablante y el 11,6% “vascohablante pasivo”). Sin embargo, el porcentaje de inmigrantes en la comunidad es mucho más bajo (suponiendo que ninguno de los inmigrantes sepa euskera, con la previsión más pesimista). Desglosamos: el 74,3% de las personas nacidas en la zona vascohablante de Navarra son euskaldunes, y en la zona no vascohablante, el 2,9% de las nacidas lo son. Y sabemos dónde suelen aterrizar las comunidades extranjeras. En ese proceso llamado globalización, la migración es inevitable, y no se puede dejar a los inmigrantes fuera del proceso de normalización del euskera –cabe destacar que pronto no se les podrá (ni deberá) seguir llamando inmigrantes, ya que la segunda generación nacerá aquí en Navarra–.

El centro docente donde acabo de empezar a trabajar es un centro de idiomas, y los estudiantes universitarios tienen la oportunidad de aprender inglés, francés y alemán. ¡Ah! y.… castellano para extranjeros. Euskera no (ni siquiera para los locales, que en su mayoría son navarros y castellanohablantes). Volvamos a hablar de mis amigos: los discursos que escucho de algunos conocidos a veces parecen bien intencionados, pero son igualmente autoritarios y reaccionarios. Son quienes dicen que los inmigrantes deben “integrarse” en nuestra cultura y responder al perfil de la identidad vasca que se presenta como ideal. Y no, cuando hablan de integración, no nos referimos a conocer y usar el euskera, la lengua propia de Euskal Herria, que el mundo que vive aquí debería de hablar (ojalá). Hablan de la idea de integración en cuanto a adoptar ciertas prácticas culturales vinculadas a imaginarios que se consideran los guardianes de una identidad que representaría la esencia de la identidad vasca. ¿A qué deben integrarse entonces? Si en casi todas las escuelas se habla castellano. Como decimos en francés, “es el árbol que esconde el bosque”.

Me alegro cuando veo que la campaña de matriculación del modelo D de Navarra está protagonizada por un niño negro, porque la representación es importante. Me alegro cuando veo que la Korrika de AEK ha servido como herramienta para que algunos migrantes pasen entre Irun y Hendaia en nombre del euskera. Me alegro cuando recibimos folletos para matricularse en el modelo D por parte de los ayuntamientos para que los traduzcamos a diez idiomas, entre los cuales están el árabe y al rumano.

Por lo tanto, presentar a los inmigrantes como la causa del retroceso de “nuestra cultura” o “nuestra lengua”, incluso desde supuestas posturas de izquierdas, es un ejercicio de criminalización que la aleja de la posibilidad de una mayor aproximación a la sociedad de acogida. La integración tal vez deba consistir en que el euskera sea de todos.

Traductora y profesora