Ahora que se ha acabado el verano de este 2024, la generalización, incluso masificación, del turismo en muchas ciudades, pueblos y otros parajes y la consiguiente “turistificación” (permítaseme el palabro) de la vida cotidiana ha saltado a la primera plana de la actualidad porque puede ser que estemos ante una realidad problemática que parece ir por delante de un control sensato de sus parámetros.
Recientemente, una donostiarra me hablaba del devenir turístico de su ciudad y calificaba la situación con una sola palabra: catástrofe. Así siente quien ha vivido y se ha criado en Donostia ante una realidad que ha ido empapando la ciudad y la vida de sus habitantes. No es un caso único; este año hemos visto aparecer una angustia similar en otros lugares del Estado como Cádiz, Málaga, Canarias, Barcelona, Islas Baleares, Galicia y en tantos y tantos sitios donde el turismo se ha convertido en un fenómeno que mueve personas en cantidades ingentes y en crecimiento sostenido. Estamos, sin duda, ante un fenómeno global que genera un impresionante volumen de economía, negocio y riqueza, pero que también altera las realidades sobre las que se asienta y distorsiona la vida de las personas de esos destinos. Todo ello, basado en algo vital, nuestro ocio, el derecho al mismo y a disfrutarlo conociendo mundo.
Porque se ha creado toda una industria que año tras año crece; Booking patrocina la Eurocopa de fútbol, Airbnb entra a saco en la publicidad de TV, los aeropuertos baten sus récords de pasajeros mes a mes, las cifras de atraque de cruceros parecen no tener límite, las ocupaciones de plazas hoteleras se aproximan al cénit del 100%, los desplazamientos por carretera, las contrataciones en hostelería, la venta y alquiler de autocaravanas, los proyectos para nuevos hoteles (de lujo o superlujo), la cifra de negocio, el porcentaje correspondiente de PIB… todo, absolutamente todo lo que tiene que ver con el turismo, es creciente. También el malestar o la angustia que se percibe en las zonas ya saturadas.
Y ese malestar, ese estrés, genera respuestas; algunas, diría yo, lícitas y justificadas como las que protestan contra la especulación generada por la proliferación de viviendas turísticas (eufemismo jeta donde los haya), contra el proceso de franquiciado que sufre la hostelería tradicional, contra el desalojo de edificios residenciales para su reconversión en hoteles de lujo, contra la aventura que supone para muchas personas residentes el intentar aparcar cerca de su casa, contra la carestía generalizada de lo cotidiano que conlleva la turistificación de nuestro entorno comercial… Sin embargo, también aparecen respuestas mal enfocadas a través de eslóganes y acciones “contra el turismo”, “contra los guiris”, o directamente “contra los madrileños”. Y digo mal enfocadas porque acaban culpando al turista de unos males no directamente ocasionados por él, ya que no es sino el consumidor final de una serie de productos puestos en el escaparate por instituciones, agencias, influencers, etc.
En comparación a otros destinos, podría decirse que en Euskal Herria (Basque Country) aún no hemos llegado –salvo alguna catastrófica excepción– a los niveles de saturación, angustia y excitación que se dan en otros lugares como los que antes he citado; sin embargo urge que cuanto antes aprendamos lo que puede pasar en nuestra “casa” si no se pone coto a este crecimiento sin límite en el que ponemos el destino y otros se llevan la parte gruesa del negocio, dejándonos los efectos perniciosos a la puerta de casa.
No criticaré, al contrario, el trabajo hecho por las secciones de Turismo y Promoción tanto del Gobierno vasco como de los entes forales y comarcales; ordenando valores y oportunidades, formando personas y generando una cadena de valor en un sector hasta hace bien poco inexistente. Los primeros agroturismos y aquel “Ven y Cuéntalo” lejos quedan ya, y de aquella semilla se está obteniendo abundante cosecha. El peligro está, desde mi punto de vista, en seguir promocionando el destino sin acotar y ordenar la capacidad de acogida que este tiene, y esto precisa de medidas inmediatas.
Parece evidente que habrá que hacer un debate público acerca del modelo turístico que deseamos para nuestro país y también del modelo de país que queremos para el turismo. Pero esperar a que este se produzca mientras continuamos en la dinámica actual sería hacer trampa, pues los intereses creados –muy potentes– pisarán el acelerador transformando más aún la realidad y condicionando cualquier proceso de discusión.
A mi juicio, es absolutamente imprescindible que las instituciones responsables, Gobierno vasco, diputaciones y ayuntamientos, se pongan de acuerdo y planteen, de la forma más inmediata posible, una congelación de la fotografía actual en lo que a la capacidad de acogida de nuestro territorio se refiere. Dicho más claro, no podemos continuar en esta senda de crecimiento incontrolado y, lo que es peor, incontrolable; y eso requiere de medidas, preventivas unas, y excepcionales y temporales otras, que se puedan acompasar con ese necesario debate de país que recoja lo más ampliamente posible el deseo de bienestar de todas las partes que interactúan con el turismo: las que se benefician de él, las que lo soportan y las que lo sufren.
¿Cómo afrontar esa realidad? Propongo contemplar unas cuantas medidas:
1. Para empezar, implantar una moratoria a la creación de nuevas plazas hoteleras o de alojamiento, sean de la categoría y clase que fueren; y aquí hablo de todo: Hoteles de superlujo, de lujo, hoteles estándar (4, 3, 2 y 1 estrella), hostels, albergues, campings, pisos turísticos, casas rurales y áreas de autocaravanas. Porque de seguir aumentando la capacidad de acogida el riesgo de saturación del destino es evidente e incorregible. Frenar la voracidad de la oferta, y la especulación que conlleva se me antoja imprescindible.
2. Aprovechar dicha moratoria para ordenar, equilibrar y mejorar la oferta actual (sobre todo en las incontroladas “viviendas turísticas”) y crear ayudas para la rehabilitación y mejora de los establecimientos existentes, como una forma de asegurar la calidad de estos.
3. Regularizar y controlar de forma homogénea en todo el territorio las viviendas/pisos turísticos y establecer una normativa y control reglamentario común sobre los mismos, regulando y controlando su actividad y orientando y habilitando a las comunidades de vecinos sobre su papel en la regulación de estas actividades que se dan en el seno de las mismas.
4. Establecer –de una vez– de forma generalizada una tasa turística destinada a generar recursos provenientes directamente del turismo y que esta revierta en los municipios como ayuda al sobregasto que implica la creación y mantenimiento de infraestructuras dedicadas al turismo. Porque la ciudadanía no solo convive con el turismo, sino que también paga el sobrecosto en recogida de residuos, limpieza viaria, aumento de plantillas municipales para el verano, etc.
5. Al igual que se hizo con las digitales (tasa Google), establecer una tasa (tasa Booking, o tasa Airbnb) que grave los ingresos que la actividad de estas macrooperadoras genera y que esta revierta en los territorios donde operan.
Este verano ya hemos conocido cómo las autoridades de la isla recomendaban a los habitantes de Santorini no salir a la calle para que los turistas dispusieran de más espacio, hemos visto manifestaciones contra la proliferación de los pisos turísticos y su negativa influencia en los alquileres, pancartas de protesta ante las personas que se amontonaban en hasta hace poco tranquilas y “secretas” calas del mediterráneo, originales concentraciones en pasos de cebra para “molestar” a las interminables colas de vehículos que, con ánimo turístico atravesaban Morrazo… En la próxima cumbre del Foro de Regiones Turísticas Innovadoras a celebrar en Sevilla, la principal preocupación es la “gestión de la gentrificación”, es decir, el problema está ya encima de la mesa de quienes tienen responsabilidad en zonas como Andalucía o Canarias, por ejemplo. Ciertamente no podemos hacer oídos sordos a esta realidad, no podemos ir conscientemente hacia la catástrofe solo porque en el camino hay negocio y actividad económica. Estamos a tiempo de hacer bien las cosas, tenemos la oportunidad de adelantarnos, tomar la iniciativa y evitar que el monstruo nos transforme inevitablemente.
Si lo hacemos bien, tendremos turismo de calidad, que no necesariamente es el de lujo.
Y si lo hacemos bien, también tendremos calidad de vida.