Es un hecho constatable que la implantación del sistema capitalista, con independencia de las fundadas críticas que se le hacen, coincide con el periodo en que una buena parte de la humanidad ha incrementado espectacularmente su renta y ha mejorado sus condiciones de vida. Según las estimaciones de Angus Madison, la renta media de los países del Occidente de Europa se dobló desde el año 1.000 al 1.800, pero luego se ha multiplicado por 20 en los dos siglos posteriores.
No cabe duda de que ello ha sido posible por un aprovechamiento de los descubrimientos científicos y sus aplicaciones técnicas, pero también por el cambio en el modo de producción, que pasa de una organización artesanal a una organización “científica” del trabajo, que multiplica la productividad del mismo. Aunque con el alto precio de su deshumanización al situar a las personas y a las máquinas en una misma categoría de “recursos” para la producción.
Los expertos del management, sin embargo, apuntan a que la situación actual del desarrollo técnico, exige la necesidad de buscar un nuevo paradigma organizativo que sustituya el sistema burocrático y aproveche en mayor medida las capacidades humanas, a la vez que favorezca precisamente el desarrollo de las mismas. Uno de estos expertos es Gary Hamel, profesor de la London Business School y de la Universidad de Harvard que recientemente ha acuñado el término humanocracia como contraposición al modelo organizativo burocrático que, en cualquier caso, ha posibilitado tantos avances de la productividad empresarial en los dos últimos siglos. Burocracia que, si la comparamos con las organizaciones despóticas y caóticas anteriores, puede considerarse una bendición del cielo y que, en frase feliz de un pensador europeo, “se ha ganado un puesto de honor en el panteón de los inventos de la humanidad”.
La nueva propuesta, que ha sido aplaudida por profesionales tan distintos como el director de estrategia de Alibaba Group, Ming Zeng, el presidente de IBM, Jim Whitehurst o el profesor emérito del MIT, Edgar Schein, busca “crear organizaciones tan extraordinarias como las personas que las integran” recalcando en todo momento que el desarrollo empresarial de las organizaciones actuales está determinado por el desarrollo de las potencialidades humanas de las personas que forman parte de ellas.
Es conocido que, según diferentes estudios realizados en distintas partes del mundo, escasamente el 20% de los profesionales se sienten implicados con los fines de la organización para la que trabajan. A la hora de identificar las razones de la desafección aparecen indefectiblemente los problemas del estilo de liderazgo de los directivos, que manifiestamente sobrevaloran su aportación (a destacar que, en una encuesta realizada en USA el 84% de los directivos medios y el 97% de los ejecutivos dijeron estar entre el 10% de los mejores de su empresa en cuanto a rendimiento), mientras que el empoderamiento resulta ser el factor que más se correlaciona con el compromiso de los empleados y la responsabilidad el elemento que más efecto tiene en el rendimiento de los mismos.
Curiosamente, una de las recomendaciones novedosas en la propuesta resulta ser la de “construir comunidad” en la empresa lo que, según su autor, “produce una cosecha de compromiso, capacidad y creatividad que no se pueden extraer de la tierra seca de la burocracia”. Ello se basa en la definición de una Misión en la que merezca la pena implicarse, una comunicación abierta y una información transparente, una cultura de responsabilidad compartida y de libertad para tomar decisiones y un respeto mutuo entre los empleados de todos los niveles.
Para lo cual, es preciso acabar con el problema del miedo e invertir en el desarrollo de las habilidades creativas a fin de estimular ideas más radicales y ambiciosas, dando voz a un grupo más heterogéneo de personas, buscando un compromiso reforzado, fruto precisamente de esa participación en la estrategia, consiguiendo una implementación más rápida, así como contar con más aliados para vencer las inercias que en todos los lugares existen.
Según Boston Consulting Group la “cultura de aversión al riesgo” es calificada como el mayor obstáculo para la innovación, aunque, indican, en la era de los cambios que vivimos, el incrementalismo sería la estrategia más arriesgada de todas, ya que “sólo un ritmo incesante de experimentación puede proteger a una organización del ritmo incesante del cambio”.
Animar a las personas a que hagan al menos un experimento de media al año, recordar que la mayoría de ellos fracasarán, pero que el aprendizaje merece la pena el coste, y animar a que haya “un poco menos de conversación y un poco más de acción” son elementos de una cultura que da más importancia a la experimentación que a los planes complicados.
La humanocracia promete, en definitiva, liberar el espíritu humano… aunque, qué duda cabe, sea necesario para ello contar con líderes inteligentes y valientes.
Presidente de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa