Siempre que entro en una tienda de un aeropuerto o en un comercio de alguna ciudad en la que venden souvenirs, me imagino a cada una de aquellas piezas que están en venta (un imán para la nevera, un llavero, una figurita, un vasito de licor con el nombre de la ciudad…) intentando adivinar dónde les va a tocar viajar y dónde acabarán: en qué país, en qué casa, de qué persona o familia... El azar los llevará a un sitio o a otro. Pueden acabar en una estantería de un salón de Edimburgo, en una cocina de Buenos Aires… Su futuro está por decidir y se decide a veces en los últimos segundos, justo antes de la llamada a embarcar en un aeropuerto. 

Supongo que a las personas nos pasa algo parecido que a los souvenirs. Estamos ahí, en nuestra vida cotidiana, y de repente se nos cruza una persona que, por lo que sea, se convierte en importante en nuestras vidas. Hay que reconocer que el azar juega un papel muy importante: puede ocurrir que encuentres el amor de tu vida porque un día perdiste un tren y os conocisteis mientras esperabais en la estación, o encuentres un trabajo que te gusta gracias a que te echaron de otro que no te gustaba. Por estar ahí en el momento justo. 

Voltaire decía que azar es una palabra vacía de sentido, que todo lo que ocurre tiene una causa, a veces ignorada. Supongo que vamos empujando nuestras vidas hacia lugares en los que es más fácil encontrar lo que deseamos o que nos encuentren quienes queremos que lo hagan, pero es difícil negar que a veces las casualidades juegan su papel, y que muchas veces intentamos dar un sentido a lo que es fruto de la casualidad.

Sea como fuere, no puedo dejar de pensar que, aunque a veces pretendamos que todo tenga una razón de ser, nos ocurre como a los souvenirs, que puedes acabar en Edimburgo en lugar de en Buenos Aires, porque alguien ha decidido ir al baño en el último segundo, justo antes de embarcar, y no ha tenido tiempo para comprar su regalo.