HBO Max colgó el esperadísimo capítulo final de Succession pasada la medianoche del domingo electoral (que, ya sabe usted, va a tener su remake el 23 de julio) y la velada, entrada ya en la madrugada con un capítulo de mayor duración, rememoró otros momentos épicos que hemos vivido delante del televisor a deshoras como el final de Lost o Juego de Tronos. Mientras la tele convencional sigue apostando todo al prime time, las plataformas ponen nuestra vida patas arriba al colgar a deshoras los capítulos intentando ordenar sus tráficos de datos y evitar colapsos.  

Dicen que a todas las buenas series les espera un mal final, y sirvan las dos series antes mencionadas como ejemplo. Pero no ha sido así con Succession, brillante de principio a fin, que arrancó como una nueva versión de las soaps ochenteras de familias multimillonarias, tipo Dinastía o Dallas, pero ha superado, con mucho, sus fallidos intentos de regreso que han terminado en autoparodias tan facilonas como insoportables. Mientras tanto, Succession ha ido abriendo un camino propio y original, tanto para quienes vimos aquellas series como para los que no, retratando las cabronadas y miserias de las estirpes multimillonarias con personajes ya inmortales, desde el patriarca Logan Roy (Brian Cox), con ese inesperado giro a mitad de la última temporada, a sus hijísimos Roman (Kieran Culkin), maestro del cinismo y lo grotesco; el ambicioso Kendal, el invisible Connor (Alan Ruk) y la niña de papá que quiso reinar, Shiv (Sarah Snook). 

La serie de Jesse Armstrong ha querido ir más allá de los líos familiares por heredar pasta y poder, y ha asaltado en sus tramas el mercadeo de la política y los medios de comunicación (esa ATN que tanto recuerda a Fox News) y lo ha hecho con personajes y guiones escritos desde la excelencia. 

Sin entrar en detalles en la trama, por no espoilear a aquellos que todavía quedan por subir al tren, el capítulo final ha sido brutal, una montaña rusa de sensaciones que han tocado todos los palos: tragedia, comedia, melodrama... con esos épicos giros de guion, ahora con doble pirueta y tirabuzón, sin descuidar unas escenas tan brillantes que, según asomaban por la pantalla, las veíamos elevarse a lo más alto de la historia catódica.  

HBO Max nos ha permitido degustar la serie con digestión lenta, a capítulo por semana (un lujo en estos tiempos), sirviéndonos el postre, eso sí, antes de lo deseado, seguramente más por alejarse del fantasma del culebrón (han sido 39 capítulos) que por falta de ideas. Es igual, Succesion ya era una de las mejores series de la historia de la televisión. Ahora es, además, una de las mejores series con uno de los mejores finales.