En política se puede hacer de todo menos el ridículo. Y nada hay más absurdo para un político que la muerte a plazos. Así que Sánchez lanza el órdago del adelanto electoral con las cartas que tiene sin acabar la partida, que hasta diciembre le aguardaba la agonía con la derecha hegemónica en comunidades y ayuntamientos capitales. La enésima prueba de la temeraria audacia de un tipo felino que cree tener una octava vida y saca las urnas el 23 de julio, en la esperanza de que el impacto vacaciones desmovilice en mayor medida al electorado conservador. 

De salida ha quedado cortocircuitado el debate orgánico ante el revolcón del PSOE hace justo una semana, pese a rondar el 30% del voto, tras una campaña en primera persona de Sánchez a modo de un zoco electoralista. Visto con perspectiva, un contrasentido opacar a los candidatos locales cuando la ventaja competitiva socialista residía justo en el acento territorial. Además de asumir su responsabilidad, el todavía presidente se aviene a celebrar el plebiscito exigido por el frente conservador –también mediático y económico– sobre el estigmatizado sanchismo pero contraponiéndolo a las claras con la derecha unida, coincidentes Feijóo y Abascal en derogar las políticas progresistas sin concretar cuáles ni cómo. Acreditado que en este contexto de agitación conservadora la gestión no actúa como catalizador de la izquierda, se trata de anteponer las emociones a la razón, retratando las negociaciones y pactos del PP y Vox en ayuntamientos y gobiernos autonómicos. 

En el mismo viaje, al espacio cacofónico a la izquierda del todo se le impone un plazo tasado hasta este día 9 para cerrar una coalición, toda vez que el PSOE ha perdido más poder que voto por el desplome mayor del mundo fragmentado de Podemos, casi irrelevante en las instituciones. Habrá acuerdo, ya sin las primarias de la discordia, porque a la fuerza ahorcan. Aunque a Yolanda Díaz tampoco le asiste el vigor negociador que esperaba por el desgaste de sus satélites, singularmente en Barcelona o Valencia. 

El 7 de julio arranca la campaña estatal con EH Bildu surfeando la ola del 28-M en Euskadi. Un estímulo más para que PNV y PSE hayan renovado el consenso estructural en favor de sus candidatos más votados, como el jeltzale González en Araba y la socialista Etxebarria en Gasteiz. Gobernanza transversal desde la centralidad pragmática, reflejo de la pluralidad social y garante de la estabilidad posible ante la creciente fragmentación política, que ya opera en buena lid en Lakua. Constituidos con el aval del PP los bipartitos del Ayuntamiento vitoriano y de la Diputación alavesa, el reto consistirá en desplegar un diálogo multipartito para alcanzar acuerdos puntuales sobre contenidos concretos, en Gasteiz también con EH Bildu incluso desde el interés propio porque la política posibilista es la que le catapultó al triunfo el 28-M. Calentito el pacto global sociojeltzale llegará la ardiente geometría variable. Y entretanto los hirvientes comicios –también por la calorina– que pueden calcinar a Sánchez. O a Feijóo, Ayuso mediante.