Europa, el Viejo Continente, es cada vez más viejo. El envejecimiento de la población por el aumento de la esperanza de vida y el desplome de la natalidad, con una tasa de hijos por mujer muy baja y que hace imposible el remplazo generacional, suponen en la actualidad uno de los grandes restos a los que se enfrentan los gobiernos de la Unión Europea. Actualmente, dedicamos de media un 9,5% del PIB a pagar las pensiones, un 0,6% más que en 2010. Francia es el ejemplo más reciente y convulso, con protestas de millones de personas en las calles por la reforma planteada por Macron de aumento de la edad de jubilación. El caso de España ha contado con una mayoría parlamentaria suficiente, pero sin consenso con la oposición en el Parlamento, mientras que, en la mesa de diálogo social, los empresarios se han descolgado del acuerdo entre el Gobierno y los sindicatos. El tema es crítico, pues, las pensiones constituyen el pilar fundamental del Estado del Bienestar sobre el que se ha construido durante siete décadas el proyecto europeo.

El pago de pensiones futuras

A medida que la población europea siga envejeciendo el gasto en pensiones se multiplicará, especialmente cuando la generación del Baby Boom, la más numerosa nacida en la década de los sesenta del siglo pasado, vaya alcanzando la edad de jubilación, lo que supondrá una inmensa presión para las generaciones posteriores, con menos población y un poder adquisitivo congelado. En la actualidad, seis países de la UE dedican más de un 10% de su PIB a las pensiones, entre los que sobresale Grecia, donde el gasto alcanza el 13,2%. En general, los países de la UE han ido incrementado el gasto en pensiones en la última década, un periodo en el aumento del coste de las pensiones ha sido superior al crecimiento del PIB debido al rápido envejecimiento de la población y a los fuertes vaivenes económicos. No obstante, hay diferencias sustanciales de sistema y de peso del gasto de las pensiones dentro de la Unión Europea.

Diferencias en la UE

Los países del Este han experimentado rápidos crecimientos económicos, mientras que los más ricos occidentales han crecido mucho más lentamente. El resultado es que los países Bálticos, Hungría, Rumanía y Bulgaria, pero también Malta e Irlanda, cuyas economías han crecido mucho en la última década, han reducido el peso de las pensiones en su PIB, mientras que en el conjunto de la UE las pensiones han seguido aumentado su peso. Los países donde más ha crecido el porcentaje de PIB dedicado al pago de las pensiones son Finlandia (+2,4), Grecia (+2), España (+1,9) y Chipre (+1,8). La complicada situación demográfica de Europa ha llevado a los gobiernos comunitarios a preguntarse cómo pueden mantener los sistemas de pensiones, y no todos son igual de sostenibles. En la UE destacan los modelos de Dinamarca, Países Bajos, Suecia y Finlandia por su sostenibilidad a largo plazo. En el lado opuesto se encuentran los modelos de Italia, Austria, pese a su archiconocida “mochila austriaca” de las pensiones y España.

Compromiso

La reducción de las pensiones públicas financiadas por reparto ha perjudicado a las personas mayores en términos de pobreza y ha aumentado las desigualdades. Las personas con carreras profesionales incompletas o atípicas ven cómo disminuyen sus tasas de sustitución, lo que aumenta la demanda de regímenes de pensión mínima garantizada. En 2018, las personas mayores de 65 años, en la Unión, tenían una tasa promedio de pobreza del 15.9 % si sus ingresos eran inferiores al 60 % del salario promedio. Sin embargo, las tasas de pobreza entre jóvenes de 18 a 24 años y menores de 18 años son del 22.8 % y del 20.3 %, respectivamente. Y, por supuesto, las tasas de pobreza entre mujeres mayores son, en casi todos los casos, superiores a las de los hombres. Si cada vez son más las personas que perciben una pensión en la UE y menos los cotizantes, es evidente, que estamos hipotecando la vida de nuestros jóvenes por la atención a nuestros mayores de una manera desproporcionada. Se trata de un problema generalizado en toda la UE por lo que debemos abordarlo de forma global, mediante un sistema convergente de pensiones europeo. Suena a una tremenda utopía hoy, pero nuestra realidad demográfica nos impone soluciones urgentes.