Los seguidores de la NBA hemos disfrutado esta semana como enanos con el vertiginoso final del mercado de traspasos, unos días de locura en los que algunos de los mejores jugadores del mundo como Durant, Irving, Westbrook o Russell han cambiado de aires. De la noche a la mañana, los favoritos de las casas de apuestas para alzar el título a final han cambiado, algo impensable en el deporte europeo, en el que los favoritos acostumbran a ser siempre los mismos y las estrellas solo viajan rumbo a los equipos más poderosos. El de la NBA me ha parecido siempre un modelo interesante, ya que premia a los equipos más flojos con futuras elecciones en el Draft y evita que haya grandes diferencias entre plantillas con herramientas como el límite salarial o el propio sistema de traspasos. Esto, sin embargo, tiene también un elemento que me genera debate interno, y es que se trata a los profesionales como mercancía y una vez firman un contrato no tienen ninguna capacidad de decisión sobre sus vidas. Son simples peones en el juego de los clubes y no es raro que se acuesten con su vida hecha en Los Angeles y que al despertarse les obliguen a mudarse a Detroit. En definitiva, el liberalismo estadounidense trasladado al deporte. ¿Lo compensa el dinero y el espectáculo?