El fútbol, ese juego que alguna vez nos ha hecho felices, nos ha sido robado por una elite mundial que lo está convirtiendo en un botín para su enriquecimiento y acumulación de poder, haciendo del mundial de Qatar un campeonato de la vergüenza. La noticia de que las autoridades del pequeño emirato están alquilando gente para que ocupen asiento en las gradas de los ocho estadios, levantados con sangre, debería sonrojar de vergüenza a quienes decidieron la sede del Mundial.
Cuando en diciembre de 2010, Joseph Blatter, entonces presidente de la FIFA, anunció que el mundial de 2022 se iba a jugar en Qatar, la familia Al Thani, dueña del emirato, saltó de sus sillones enloquecida: acababa de poner punto final a la compra de un mundial de fútbol. El proceso para lograrlo estuvo jalonado de pagos de sobornos para comprar votos. A la familia Al Thani, con un patrimonio no menor de 400.000 millones de dólares, le salió barato.
Precisamente, nueve días antes de la designación de Qatar, Tamin Ben Hamad Al Thani, el príncipe heredero, acudió al palacio de El Elíseo, para una entrevista con el presidente de Francia Nicolas Sarkozy, en la que también participó el exfutbolista Michel Platini como promotor. En esa reunión llegaron al acuerdo de que Sarkozy ayudaría a que la votación en el seno de la FIFA se decantara por el emirato de Qatar y, a cambio, los emires comprarían al club París Saint Germain, en plena ruina y peligro de desaparecer. El Estado catarí compraría asimismo a Francia 24 aviones de combate Rafale. Sarkozy también logró ventajas para el fútbol francés por parte del canal qatarí Bein Sports.
Platini era por entonces un personaje muy influyente en la FIFA. Tanto que inclinó la balanza para ganar por 14 votos a 8 el mundial 2022 para el pequeño emirato. Decisión que tuvo que tragar Joseph Blatter, entonces presidente de la FIFA y partidario de dar el mundial a Estados Unidos. Pero la justicia francesa observó movimientos irregulares de compra venta de votos, o sea de corrupción, y abrió una investigación en 2016 que todavía no se ha cerrado.
Delegados de la Concacaf (Centroamérica) y de la Conmebol (Sudamérica) cobraron por dar el voto a Qatar. Fueron los votos necesarios de peones secundarios para alcanzar la mayoría de votos. Los que más dinero se llevaron fueron ilustres personajes, entre ellos el citado Michel Platini, quien terminó admitiendo su culpa, según el diario Le Monde. También se lucró el argentino Julio Grandona, capo del fútbol mundial, que se embolsó junto con Joseph Blatter Jérome Valcke y Marcus Kattner, la escandalosa cifra de 64 millones de dólares en los últimos doce años.
La bola de nieve de la corrupción en el seno de la estructura de la FIFA hizo intervenir a la policía suiza por ser Zurich sede mundial de la organización, deteniendo al menos a siete dirigentes. También el FBI abrió una investigación (Estados Unidos competía con Qatar) que no ha terminado.
Lo cierto es que el fútbol estará manchado para siempre con este Mundial en el que la corrupción se escribe con mayúscula y se perpetra sin complejos morales. Una gran estafa planea sobre los campos de fútbol, donde la sombra de la sospecha alcanza a clubes y federaciones.
El día 20 de noviembre de 2022, cuando el balón comenzó a rodar en medio de una progresiva extensión de las críticas, una tribuna llena de maleantes respiró de satisfacción: la infamia de dar el mundial a un país sin cultura de fútbol y, sobre todo, violador de los derechos humanos, completaba su gran farsa. También los miles de muertos, 6.500 según el diario británico The Guardian, y muchos miles más según cifras de Amnistía Internacional, pasaran a ser nuevamente víctimas olvidadas y molestas, parte de un olvido, absorbido por la inmediatez de las emociones de los partidos. Las familias víctimas, emigrantes, no tendrán indemnizaciones, tal vez sí, ojalá, el recuerdo de algunos jugadores con gestos de solidaridad.
Unos maleantes que fungen como dirigentes de la FIFA vendieron el fútbol a un país que utiliza el Mundial para blanquear su dictadura y reírse de los derechos humanos sistemáticamente. No se trata de política, se trata de lo que afecta a nuestra dignidad como seres humanos, a principios que definen nuestra razón de ser como humanidad. Lamentablemente, el mundo del fútbol tiene licencia para cruzar todo tipo de línea rojas, mientras vende cínicamente su alma al diablo. Podría decirse que España es puntera en esta falsificación del fútbol. En democracia no, pero en corrupción campeones.
El 11 de septiembre de 2019, la Federación española firmó un contrato con Arabia Saudí por 40 millones de euros para trasladar allí la Supercopa de España para los siguientes seis años, con un valor total de 240 millones de euros a repartir entre Federación, clubes y agencia intermediaria. De este paquete, se pactó que la empresa Kosmos de Piqué, en calidad de intermediaria, se llevaría el 10% . Intermediación que no venía a cuento, pues el acuerdo con Arabia Saudí podía haberse hecho directamente. Pero el negocio debe repartirse, así la trama se protege mejor.
Da igual quién gane el Mundial. El fútbol ya ha perdido sin necesidad de prórroga. Y no, no se trata de política, se trata de derechos humanos. l
* Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo