Se asimila progresismo, en positivo sin matices, a desiguales resultados, gobernantes, instituciones, programas y capacidades de países en un supuesto bloque transformador en torno a Lula-Brasil, Petro-Colombia, Boric-Chile, Castillo-Perú, Fernández-Argentina, López Obrador-México… Ni las condiciones diferenciales de cada país (con más diferencias que similitudes), ni las inevitables coaliciones y alianzas que han debido conformar para lograr el éxito electoral, ni la composición de los correspondientes Congresos o Senados, gobiernos regionales y locales que habrán de limitar su poder ejecutivo, parecerían ser relevantes ante las expectativas y resultados supuestamente esperables. Obviamente, países como Venezuela, Cuba o las repúblicas del Caribe no parecerían sumables, bien por desconocimiento del observador de turno por un claro interés en evitar su potencial adscripción en el tablero elegible, evitando contradicciones o etiquetas incómodas. Una y otra vez, empeñados en considerar, desde la distancia, una América Latina (con su propia definición como tal cuestionable) unitaria prescindiendo de su diversidad, complica el análisis de base, propuestas diferenciadas y realidades distintas y propias. Tan lejos y tan cerca.
Sin duda, el cambio al que venimos asistiendo es muy relevante. América Latina manifiesta sus gritos de desigualdad legendaria, de ansiadas oportunidades de democracia activa y de calidad, participativa y real, de apuestas por un futuro mejor, inclusivo y “para todos”, y de un permanente ideal de protagonismo en el concierto mundial. ¿Será esta la ocasión histórica en que se produzcan las transformaciones necesarias y deseables para satisfacer a sociedades esperanzadas en recorrer nuevos caminos, acompañar y descubrir nuevos líderes y gobernanza? ¿Asistiremos a líderes, gobiernos y políticas verdaderamente progresistas (en cuanto a facilitar niveles mayores de prosperidad, bienestar, competitividad, igualdad de oportunidades y riqueza para todos, o suficientemente inclusivos, más allá de discursos y autodefiniciones), en marcos y espacios de creciente mejora en la calidad democrática, solidez en la arquitectura institucional, y verdadero avance en términos de bienestar y prosperidad? América Latina lo merece.
Estos días, circula con profusión un interesante informe de la conocida y prestigiosa economista Mariana Mazzucato (M. Mazzucato, cambio transformacional en América Latina y el Caribe. Un enfoque de política orientada por misiones. CEPAL 2022) que en su línea práctico-investigadora le caracteriza. Mazzucato goza de predicamento en las llamadas vanguardias progresistas y su voz favorable a actitud decididas de los gobiernos y “nuevas políticas” abanderan importantes espacios públicos a lo largo del mundo.
Ya he traído a estas páginas diferentes menciones a sus trabajos, de enorme interés e impacto en espacios de innovación, el propósito público, la economía y desarrollo sostenible y la presupuestación participativa. En esta ocasión, su informe propone a los nuevos gobernantes latinoamericanos, así como a las iniciativas privadas, organizaciones sociales y comunidades de los diferentes países, comprometerse en lo que entiende sería un verdadero cambio de enfoque hacia procesos más colaborativos (público-privados), más clusterizados (con objetivos multifactoriales que trasciendan de un sector concreto), un vector-país centrado en la industria (poner a su servicio el conjunto de instrumentos, recursos y políticas públicas a su cumplimiento y desarrollo), dotando a las políticas públicas de un verdadero propósito (un para qué trascendente de verdadero impacto y no meras metas u objetivos declarativos de escaso recorrido , con resultado incierto o imposible de medir y sin capacidad tractora o motivadora de la sociedad y agentes a los que se supone han de atender), reinventando su gobernanza, recreando instituciones (eliminando la mucha obsolescencia existente), suprimiendo burocracia paralizante, garantizando salud fiscal y financiera que haga viables sus intenciones y, por supuesto, cerrando puentes a la corrupción y/o atajos paralizantes ya sea ahora, en el corto plazo o al final de trayecto. Propuestas y transformaciones que no pueden improvisarse ni caer en el error de su milagrosa concreción en un corto espacio temporal en el marco de “una legislatura”. Construir desde las realidades existentes, apalancar el futuro transformador desde lo que en verdad se sabe hacer y cono los recursos y medios adecuados, posibles, disponibles.
Nada más y nada menos. ¿Es una agenda imposible? ¿Una quimera? Su informe incluye una serie de experiencias, ejemplos país a país que, como no podía ser de otra forma, no suponen “alcanzar el cielo” de la noche a la mañana, ni milagros caídos del cielo, sin complicidades, compromisos y capacidades movilizadas conjuntamente para su logro. Elijo algunas de estas experiencias que recoge en su informe que conozco de primera mano.
En 2.004, un grupo de empresarios, universidades y el gobierno del Estado de Nuevo León, apostaron por clusterizar estrategias industriales desde sus competencias y capacidades históricas. Compartiendo y adaptando experiencia del exterior, impulsaron un clúster de automoción y con una política pública, relativamente “ligera o soft” que sensibilizara a los actores clave, que facilitara un marco de actuación y que apoyara el tránsito a una nueva política industrial para el Estado. Paso a paso, soportados en una sólida base empresarial, una relevante historia y cultura de éxito en otras actividades que exigían su renovad ola innovadora y el apoyo clave de instituciones académicas enraizadas en la Comunidad e interconectadas con la vanguardia del conocimiento, fueron configurando un nuevo enfoque colaborativo público-privado. Hoy, en torno a 18 organizaciones clúster movilizan, desde las empresas tractoras de la región, todo un espacio líder en innovación, generación de competitividad, riqueza, bienestar y prosperidad. No es resultado de un instrumento organizativo (que también), sino del propósito y compromiso de sus actores, de su comprensión del valor convergente, y compartido de sus empresas tractoras, de sus instituciones académicas-tecnológicas, de las políticas públicas sociales y de un largo recorrido compartido. La búsqueda y aplicación de resultados compartibles, se traduce en un claro avance de la sociedad.
Mazzucato destaca la apuesta en Bogotá por el mundo de “los cuidados”. (Bogotá Care System. Shaping Urban Futures-Cambiando perfiles urbanos. Un sistema de cuidados). Más allá de una política de atención sanitaria concreta, la apuesta por “espacios distritales y comunitarios” propicia una clara oferta de servicios a las personas, con enfoque comunitario. La salud, con mayúsculas, solamente se entiende potenciada y potenciando el mundo del cuidado integral, el desarrollo comunitario, la superación de los determinantes socio económicos de la salud y la interacción socio sanitaria. No es solamente Bogotá la que añade la extensión del modelo no ya solo de cuidados sino de su componente esencial de la compasión. La semilla de ciudades compasivas, se extiende hoy a lo largo del país (Bogotá, Ibagué, Manizales, Santa Marta, Villavicencio, Cartagena…), fortaleciendo el capital social del país, generando espacios de diálogo intersectorial, integrando, visibilizando y ofreciendo convivencia y expectativas de futuro a comunidades de todo tipo, en especial, vulnerables, mejorando su bienestar, “construyendo” redes de cuidados, formando cuidadores, dinamizadores comunitarios y sociales y nuevas profesiones en progresiva integración-interacción complementarias a la respuesta de los sistemas de salud, impulsando la innovación y la investigación, con un claro propósito de prosperidad y bienestar, aportando valor en salud, real, a sus poblaciones.
Uruguay, en su permanente búsqueda de generación de valor a su agro. Industrializar y clusterizar la actividad forestal, transcendiendo de la “deslocalización” de proyectos manufactureros clásicos para apostar por una estrategia pública-privada capaz de añadir valor a los recursos naturales, incorporando la innovación y desarrollo local al desarrollo industrial, apostando por estrategias de regionalización, de sostenibilidad, de sustitución de energías tradicionales, rediseñando todo una compleja y completa cadena de valor, compartiendo estrategias país, multi objetivo y no sectoriales, es resultado de una “nueva transformación y espacio de innovación”. Este es uno de los ejemplos elegidos. Afrontar un problema de aparente único trasfondo ecológico en un momento determinado, identificando la oportunidad de dar un salto cualitativo en el largo compromiso y reto industrializador, superando recetas del pasado, provocando una clara complicidad transformadora y colaborativa entre lo público y lo privado. Interese, esfuerzos, beneficios compartidos al servicio de la sociedad.
En definitiva, como concluye la doctora Mazzucato en sus recomendaciones, es tiempo de transformación para lo que resulta imprescindible un nuevo enfoque, huyendo de viejas y superadas definiciones de un malentendido servicio o políticas públicas como sinónimo de espacios excluyentes, ancladas en burocracias paralizantes y arquitecturas institucionales entorpecedoras de objetivos trascendentes, reales, incentivadoras. Enfoques colaborativos público-privados, incluyentes de todos los actores implicados, al servicio de logros compartibles (esfuerzos y beneficios), orientados a generar espacios innovadores a la búsqueda del bienestar y prosperidad de todos. Respondiendo a un propósito de valor, a un por qué y para qué.
Cada país de nuestra querida América Latina es singular. Comparte, con el resto, geografía y ha de apostar por construir, sobre todo, mejores sociedades para el futuro. Sociedades prósperas, competitivas e inclusivas, para todos. Esto ni se impone, ni se logra por el hecho de controlar el Boletín Oficial. Es toda una práctica artesanal a la vez que rigurosa, objetiva, viable, financiable, sostenible, medible en resultados, de largo alcance y necesitada de complicidades y de mucho tiempo.
Un buen momento sí. Como siempre, esto no es cuestión de pretender empezar todo desde cero. El voto democrático da una nueva oportunidad a los nuevos gobiernos. Ahora disponen de una oportunidad para devolver a sus respectivas sociedades la prosperidad y bienestar deseadas.