Antes de acabar en el terruño, comencemos este viaje en Brasil, en riesgo de guerra civil a poco que se compliquen –más– las cosas. La mayor economía del hemisferio sur, partida por la mitad tras la agónica victoria del casi octogenario Lula. El mal menor habrá que colegir, pues mejor un presunto corrupto cuya condena se anuló por un defecto de forma pero que al menos defiende el derecho a una vida digna que un lunático reaccionario como Bolsonaro, negacionista del covid y también del cambio climático –cuando Brasil alberga la Amazonía–, y partidario de un Estado parapolicial. Un agitador ultra a base de bulos. Otro Trump sin flequillo naranja.

Orden y progreso, reza el lema de Brasil, pero lo que se impone es la polarización. Nada distinto a lo que acontece en el Estado español como consecuencia de la estrategia consciente del PP. Puro tacticismo, sí, porque no tiene nada de la política entendida como la gestión del bien común negarse a pactar cualquier materia con el Gobierno, ya se llame salario mínimo o pensiones. Pierdan toda esperanza en Feijóo, preso ya del radicalismo de Ayuso y de la prensa vociferante.

Así se ha acreditado crudamente con su renuncia a renovar el poder judicial, ahora enarbolando la rebaja de las penas de la sedición cuando se trata una anomalía en la arquitectura jurídica europea. Otro pretexto más, como el veto a Unidas Podemos para participar en esa regeneración de la magistratura o el aprovechamiento de la coyuntura para intentar imponer la reforma del sistema de elección de los jueces que el PP no acometió mientras gobernó (ni con mayoría absoluta). Lo que se dice un partido antisistema aunque proclame su constitucionalismo, a medida naturalmente. De ahí que considere ilegítima la presidencia de Sánchez, tanto que Feijóo pospone cualquier pacto a que llegue “otro PSOE”. Con él en Moncloa, se entiende, ya que el PP propugna la lealtad institucional si manda.

Y finalmente aterrizamos en Euskadi, gloria en comparación con el inflamado clima político madrileño. Un oasis no de problemas, puesto que la inflación y más en concreto la crisis energética no se detienen en nuestras mugas, pero sí en cuanto a la forma a la vasca de afrontarlos a partir de una institucionalidad serenada tras la feliz erradicación de la violencia cotidiana. Un método cimentado en el acuerdo con carácter general y más en particular con la cohabitación gubernamental en los distintos niveles entre el PNV y el PSE, abiertas ambas siglas a sumar como en el caso reciente de la RGI con Podemos.

Esa apuesta constructiva por la centralidad se traduce en políticas de cohesión social no solo contra la desigualdad, también como antídoto contra los populismos que proponen soluciones simplistas a problemas intrincados que comprometen el bienestar de la gente corriente y pervierten absolutamente la democracia. Conviene no olvidarlo ante la sucesión de comicios municipales y forales en mayo de 2023, generales a finales de ese año y autonómicos antes del verano de 2024. Brasil no queda tan lejos. Y Madrid menos.