La apertura de juicio oral por parte del TSJC contra la presidenta del Parlament Laura Borràs, acusada de corrupción, y su posterior suspensión como diputada y presidenta de la Cámara han derivado en una poco edificante trifulca política que está dañando las instituciones democráticas y a la política ejercida desde la ética, además de haber agrandado la brecha abierta entre los socios del Govern que amenaza seriamente su continuidad. Borràs, también presidenta de Junts, está en su pleno derecho de proclamar y defender su honradez y el derecho a la presunción de inocencia pero no puede hacerlo aferrada a un cargo como la presidencia de un parlamento si no es a riesgo de deteriorar a la propia institución. En la necesaria lucha contra la corrupción política, en los últimos años partidos e instituciones han acordado códigos y normas con el fin precisamente de actuar contra esta lacra y sus autores y evitar que los diferentes órganos a los que pertenecen queden contaminados. Una de las fórmulas más extendidas es la de apartar –por voluntad propia mediante la renuncia o dimisión, o de manera forzosa con la destitución o suspensión de funciones– de aquellos cargos internos o institucionales que sean formalmente imputados por corrupción. Es el caso de Borràs, que se sentará en el banquillo acusada de prevaricación y fraude cuando presidía la Institució de les Lletres Catalanes por supuestamente haber fraccionado contratos con el objetivo de beneficiar a un amigo. Su negativa a dimitir, revestida de tintes dramáticos absolutamente fuera de lugar, ha obligado a la Mesa del Parlament –con los votos de ERC, socio de Junts, y la CUP– a suspenderla de manera formal en aplicación del artículo 25.4 del Reglamento de la Cámara que obliga de manera indubitable a relevar del cargo a cualquier diputado al que se le abra juicio oral por corrupción, una medida proporcional y que cuenta con el consenso político y social. Borràs ha forzado la situación, a sabiendas de lo que sucedería. Sus durísimas acusaciones contra ERC carecen del sentido de la realidad y parecen buscar la erosión del Govern, sometido a unas tensiones ya casi insostenibles. Un escenario en el que se agranda la división del independentismo, al que se pretende abocar de nuevo a un peligroso sacrificio épico frente a la apuesta pragmática por el diálogo, única vía realista por muy improbables que parezcan sus resultados.