cuando él abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía ¡Ven a ver! Ven y mira. Y miré y he aquí un caballo pálido, y el que montaba tenía por nombre Muerte, y el infierno lo seguía. Y les fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada, con hambre, con muerte, con las bestias”.
Elem Klímov, cineasta soviético, filmó en 1985 su obra maestra en la que detalla la destrucción y asesinato de los habitantes de una aldea bielorrusa durante la ocupación de gran parte de la URSS por el ejército alemán (1941-1944). Se trata de un documento horripilante con escenas de tal crudeza que llevaron al director a plantearse la autocensura. El cineasta quedó impresionado de por vida de la barbarie nazi que vivió en sus carnes. Con apenas nueve años fue evacuado de la sitiada Stalingrado cruzando en una barcaza el río Volga, bajo el fuego de la artillería alemana. Inspirado en el pasaje del libro del Apocalipsis de San Juan, tituló su película Ven y mira (Idi i smotri, en la versión original rusa). Se trata de la película más total que sobre la guerra se haya filmado jamás.
Klímov pretendía apartarnos de los horrores de la guerra. No lo consiguió. Visto lo que está ocurriendo en Ucrania, frontera con la Bielorrusia escenario de la matanza nazi que expone su película, me pregunto lo que hoy pensaría el director fallecido en 2003 de su inútilmente bello esfuerzo, de la enorme paradoja de que sus compatriotas rusos se comportan ahora con los ucranianos como los nazis de ayer con los propios rusos. En cualquier caso, les recomiendo la película que seguro estoy podrán ver entera si antes hacen acopio de entereza. Los caminos que llevan al Apocalipsis están plagados de engañosas señales. Putin habla de seguridad nacional, estabilidad y orden internacional, y a ello se aferran la mayoría de los rusos. La soberanía nacional defendida por un autócrata demuestra cómo se puede hacer moralmente intolerable lo defendido desde su propia legalidad, pues el gobierno de Putin se comporta como una monarquía absoluta sustentada en el asesinato de sus opositores más destacados. Sería fácil describir a Putin como un loco hasta los pelos, fácil pero falso; porque Putin huele las reservas de miedo que no sabemos mantener ocultas y amenaza a Europa, comenzando con los países fronterizos a Rusia, con medidas coercitivas y provocaciones para calibrar nuestro grado de resistencia. De loco nada, tiene un plan estratégico y observa atentamente nuestras reacciones. Y no tiene aparente inconveniente en amenazar con la guerra nuclear, Pandemonium -lugar de todos los demonios- a donde fue enviado el ángel rebelde Belial y donde Putin acabará.
En su mensaje de guerra del 2 de abril de 1917 que supuso la transformación del conflicto europeo en guerra mundial, Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, afirmó: “La neutralidad ya no es posible ni deseable desde el momento en que la paz del mundo y la libertad de sus ciudadanos están en juego”.
Del mismo modo actuó el presidente Franklin D. Roosevelt cuando en 1939 logró persuadir al Congreso para que revisara la Ley de Neutralidad y prestara armamento bélico y suministros a Inglaterra y posteriormente a la URSS. Ese ha sido el fundamento de Finlandia y Suecia para abandonar su histórica neutralidad: el convencimiento de que una de las partes beligerantes, Rusia, es un estado agresor y que el resultado de la guerra puede ser desastroso para los intereses de finlandeses y suecos, sean su seguridad, protección de sus fronteras o libertad de su comercio.
Rusia argumenta que se halla sometida a la presión occidental y habla de la importancia vital de los objetivos por los que lucha: alejamiento de la OTAN de sus fronteras, neutralidad de Ucrania, defensa de la población ruso-hablante del Donbás. Pero esos argumentos quedan invalidados porque la invasión de Ucrania, el sometimiento de Rusia a las leyes de guerra en aplicación de los Convenios Internacionales, convierten la resistencia ucraniana en una guerra justa, ante la cual el neutralismo se convierte en complicidad cuando no política suicida de los países limítrofes. Finlandia y Suecia así lo han comprendido.
Rusia afronta una probable derrota y para impedirla o retrasarla, está dispuesta a violar todas las reglas de la guerra con el fin de evitar el desastre. En ese escenario se están produciendo eliminaciones físicas de combatientes y civiles que vulneran las leyes de la guerra. Cuando el conflicto finalice es probable que conozcamos el detalle de lo sucedido y que a buen seguro salpicará a ambos contendientes pues está por inventar eso que algunos llaman “guerra limpia”. Pero hay algo novedoso en esta guerra entre Ucrania y Rusia: el enjuiciamiento en pleno conflicto de oficiales y soldados rusos acusados de crímenes de guerra. Como el del comandante ruso Vadim Shysimarin, detenido por las autoridades ucranianas, enjuiciado por, entre otros, el asesinato de un ciclista y con una probable petición de cadena perpetua. La vía judicial puede determinar la culpabilidad individual en crímenes que, si no, podrían ser atribuidos a un grupo entero, sea el pueblo ruso o el ucraniano, y la historia -nuestra propia historia, la guerra civil- nos enseña que nada desencadena más violencia que la percepción de la culpabilidad colectiva: ese “fuego que arde bajo la ceniza” que decía el poeta romano Horacio.
Entre 1989 y 2017 murieron en todo el mundo dos millones de personas a causa de la guerra, cincuenta millones de desplazados. Hasta la presente guerra solo una ínfima minoría de occidentales se han visto directamente afectados por los conflictos de las últimas décadas. ¿Puede esta guerra, devastadora y cruel, generar también beneficios? Dependerá de su duración, de la resolución de los ucranianos y de que el ejército ruso abandone su propósito sin que Occidente afloje el apoyo a Ucrania. Antes de que Putin convierta su amenaza nuclear de uso parcial de su arsenal atómico, antes de que pronuncie el fatal “ven y mira”, deberemos dejar clara a Putin nuestra firmeza decisoria en el uso de todo el armamento disponible, pues, como escribió el historiador militar inglés John Keegan: “ Las reservas mentales son enemigas de la convicción”.
Nuestra vida es efímera, más efímera que la de los elefantes, cocodrilos o cuervos; hasta los papagayos son más longevos que nosotros, y no debemos permitir que el belicismo de Putin la haga más efímera aún. ¡Ay de los vencidos! l