cabado el ciclo congresual del complejo organizativo configurado alrededor de la izquierda independentista, queda claro que la posición de EH Bildu (EHB) está cada vez más supeditada al interés estratégico de Sortu. Hay dos hechos que lo confirman. En primer lugar, ha acaparado la dirección de EHB. Por una vía u otra, el resto de los partidos fundadores de EHB se han disipado de la escena principal. El caso de EA ha sido el más resonante. A través de una dirección (Urizar/Blanco) domesticada, Sortu ha conseguido librarse de los sectores de EA que se resistían a su monopolio. En segundo lugar, a EHB se le ha atribuido un desempeño flexible en el juego táctico, puesto al servicio del rumbo estratégico que las ponencias de Sortu establecen con claridad.

La ahora denominada izquierda independentista vive todavía un tiempo de transición, en el que aún no ha logrado reemplazar el mito del gran acontecimiento revolucionario por el paradigma más prosaico de la lucha política del día a día, que requiere mucha más paciencia y menos épica. En la era que vivimos, además, la política del día a día no puede sustraerse al cambio y a la aceleración, que exige una gran versatilidad táctica. Ahí opera EHB. Pero, si esa dinámica táctica conlleva inesperados cambios de ruta no extraña que haya quien, incluso desde sus propias filas, impute de oportunismo a los máximos responsables políticos de la dirección.

Precisamente, hace pocos días EHB ha presentado una nueva hoja de ruta que, denominada Euskal Eredua, pretendería innovar una gobernanza a la que se acusa de estar atrapada en el estancamiento, necesitada de un nuevo impulso regenerativo asentado en el espíritu comunitario vasco. Ahí justifica EHB su alusión al modelo vasco, identificado con el proceso de transformación que vivió la sociedad vasca durante la segunda mitad del siglo pasado. En ese contexto, Otxandiano instó a observar ese pasado reciente en busca de inspiración para pensar el futuro

Para acceder a los principios morales de aquel periodo de resurgimiento vasco, conviene leer a fondo a los que mejor expusieron el discurso en el que se fundamentó. Agirre y Arizmendiarrieta son los más conocidos representantes de este grupo. Apoyándose en el sentido histórico de los vascos, ambos apelaron al pueblo en marcha, una acepción análoga a la concepción éuskara del Herrigintza. Un pueblo en marcha, con un espíritu comunitario recuperado, pero desarrollado como conciencia y acción en cada compromiso personal... No debe extrañar que, en aquella atmósfera, la cabecera de la publicación del movimiento cooperativo, Trabajo y Unión, adoptara una expresión castellana que remite al Auzolan tradicional.

Todavía bajo la dictadura, en los 60 se produjo una gran erupción ideológica. En medio de la excitación revolucionaria de algunos sectores sociales, que decían no contemplar otro remedio que la insurrección armada (Matxinada), ETA decidió matar. Pero, mientras actuaban los que querían arrastrar a los vascos a la nueva Matxinada, la corriente favorable al resurgimiento social pacífico siguió creciendo y expandiéndose, a través de una multitud de Auzolanes desplegados a partir de una sociedad civil cada vez más vigorosa en los ámbitos cultural, educativo y económico-empresarial. Las dos líneas de conducta habían sido formuladas en términos contrapuestos y perfectamente discernibles. Las consecuencias saltan a la vista. Mientras la violencia ha ocasionado una gran tragedia, es la cultura del Auzolan la que nos ha ayudado a traer el desarrollo del que hoy disfrutamos.

Volvamos a la propuesta y a las circunstancias en las que opera EHB, bajo el férreo tutelaje de Sortu y en el volátil marco de la táctica. Respecto al Euskal Eredua, se hace difícil evitar la sospecha de que pueda ser un planteamiento de duración efímera, teniendo en cuenta que el marco operativo que Sortu ha asignado a Bildu está sujeto a los incesantes vaivenes del juego táctico. Si se desprendiera de esta sujeción a la conveniencia táctica, la propuesta podría adquirir una dimensión que resultaría muy positiva para la catarsis que necesita nuestro pueblo. Realmente, abriría expectativas para afrontar un debate muy interesante, relativo a la interpretación de un periodo que es necesario entender y del que hay mucho que aprender si queremos afrontar el futuro que nos viene con confianza en nuestras propias posibilidades.

No se puede negar que en EHB haya gente, como el sector garaikoetxeista de EA, que se inscribe netamente en la trayectoria del Auzolan. Sin embargo, el examen de la experiencia del pasado reciente que tenemos pendiente habrá de ser especialmente exigente con Sortu y con la actual dirección de EHB que acapara este partido, quienes todavía inscriben su trayectoria en la línea trágica de la Matxinada.

La cuestión no es únicamente de modelo político, sino que afecta al propio carácter que habrá de adquirir la reactivación comunitaria que se proclama. Una comunidad necesita vigor ético. Y eso no surge de la nada. Proviene, desde luego, de la conciencia de cada uno de sus componentes. Y del aprovechamiento que hagamos de las enseñanzas que derivan de la memoria colectiva, una vez desechadas las ideas y tradiciones que han contribuido a corromper nuestro desarrollo histórico.

Esa mirada crítica a la evolución que ha seguido este país en los últimos 70 años ya se está realizando. El enfoque centrado en el sufrimiento y las víctimas es perfectamente adecuado. Pero, se precisaría completarlo con el análisis de lo que, durante la misma etapa, ha dado de sí el emprendimiento comunitario. Porque lo cierto es que, durante años, la experiencia constructiva del Auzolan confrontó en las ideas y los hechos con la Matxinada destructiva.

No cabe una síntesis entre ambas. EH Bildu y Sortu deben sentir la obligación de posicionarse ante este cuestionamiento. La convocatoria y práctica del Auzolan no puede configurarse como una hoja de ruta táctica supeditada al Rumbo estratégico de la Matxinada, en cuya continuidad se sitúa la ponencia Herrigaia de Sortu. En su misma concepción, esto ya sería una inmensa aberración. Si la tesis aberrante se quiere, además, sostener en la referencia de la reactivación social de la segunda mitad del pasado siglo, habría que decir que es una gran falacia histórica. No habría de olvidarse que los más conspicuos representantes del discurso del Auzolan -Agirre y Arizmendiarrieta- delinearon perfectamente las líneas rojas que separaban sus planteamientos y obras de las ideas y estrategias de los que jugaron a experimentar una insurrección violenta. * Analista