l presidente Zelenski nos pellizcó el corazón el otro día cuando en su intervención ante las Cortes generales del Estado mencionó a Gernika. Veníamos de ver con horror las imágenes de Bucha, en las inmediaciones de Kiev, y frente a quienes decían que aquellas secuencias macabras de cadáveres por las calles eran un montaje, el presidente de Ucrania, recordó el bombardeo de la villa foral en abril de 1937 por la Legión Cóndor.
Qué hubiera sido de aquella matanza y de su repercusión en todo el mundo si sobre el terreno no hubiera estado el periodista George Steer y hubiera certificado con sus crónicas la autoría y la magnitud de aquel ataque a la población civil. La propaganda de los agresores habría sido tan mortífera como sus bombas. Ha bastado ver la reacción que los herederos del franquismo han tenido a las palabras de Zelenski. Han despreciado el ejemplo —“podía haber citado a Paracuellos”— o, directamente cómo el eurodiputado Herman Tertsch ha cuestionado lo ocurrido en Gernika por ser “pura propaganda de guerra”.
Parece como si todos los “nostálgicos” del régimen anterior hubieran decidido activarse frente a la memoria histórica. Pero no, activos estaban ya. Basta recordar que más de una cincuentena de ellos cuentan con actas parlamentarias en la carrera de San Jerónimo.
El discurso emocionante del líder ucraniano venía precedido de la emisión, en todos los medios de comunicación occidentales, de imágenes perturbadoras grabadas por los corresponsales periodísticos tras la retirada de las tropas rusas de la ciudad de Bucha, en las inmediaciones de Kiev. El infierno allí descubierto, con decenas de cadáveres en las calles —algunos maniatados y con signo de tortura— era suficiente para conmover conciencias.
La técnica del aplastamiento militar de civiles no es novedosa en las prácticas del ejército ruso. En 2003, Naciones Unidas calificó a Grozni —Chechenia— como la ciudad más destruida de la tierra. Durante el asedio a la ciudad por parte del ejército ruso murieron entre 5.000 y 8.000 civiles. En la guerra de Siria, las fuerzas de Putin, aliadas con el presidente sirio Bashar al-Ásad, participaron en la batalla de Alepo en 2016 con una campaña de bombardeos aéreos de un mes de duración en la que murieron hombres, mujeres y niños.
En Ucrania, Bucha ha sido la última ciudad masacrada por el ejército ruso pero Chernígov, Mariúpol y Jarkov han sufrido un trato similar en las últimas semanas.
Pese a todo, me he quedado asombrado de la facilidad con la que mucha gente de nuestro entorno es capaz de desacreditar lo visto y escrutado por los periodistas internacionales desplazados en el terreno y organizaciones de prestigio como Human Rights Watch. Observadores independientes que además de ver y grabar el desolador panorama, han conseguido contrastar lo ocurrido con los testimonios directos de quienes han sobrevivido a la pesadilla.
Atónito estoy de percibir el gran número de opinadores militantes que niegan la evidencia de unos crímenes execrables siguiendo el guion marcado por la oficialidad moscovita de acusar a los propios ucranianos de haber creado un montaje propagandístico para victimizar su causa. Activistas del absurdo que ven la mano oculta de la OTAN, de los Estados Unidos o de los “neonazis ucranianos” en todo aquella denuncia que pretende airear los desmanes.
He de reconocer que el seguimiento informativo que vengo haciendo a diario del conflicto generado por la invasión rusa me tiene especialmente conmovido. Y más allá de la motivación política o de las consecuencias de todo tipo que la inestabilidad provoca, me siento conmocionado por las imágenes que los medios de comunicación trasladan de la tragedia. Son instantáneas que entremezclan destellos cotidianos de una sociedad desarrollada como la nuestra con episodios desoladores. Fotografías que esconden historias terribles. Testimonios humanos que no deberíamos obviar ya que, al fin y a la postre, resultan universales y dejan la huella del dolor insoportable que se vive en esta parte del mundo. Escenas como la de un niño compungido posando bajo una tumba en la que se encuentran los restos de su madre. O la que pudimos conocer con aquella icónica foto en la que los restos de varias víctimas se encontraban tapados por un plástico junto a la maleta de ruedas que éstas desplazaban en su huida desesperada.
Luego se ha sabido que tal encuadre de la desgracia contenía una vivencia desgarradora. La conocí a través de una reseña periodística publicada en el New York Times.
Tatiana Perebinis tenía 43 años. Vivía en Kiev. Su marido se fue al este a cuidar de su madre enferma y Tatiana se quedó con sus dos hijos: un chico de 18 años y una niña de 9. El día en que una bomba cayó en su edificio, en su casa, bajaron al refugio. La cosa fue a peor y la madre decidió que tenían que salir de Kiev. Cogió su coche e inició la huida, pero la carretera estaba cortada llegando a pie hasta la ciudad de Irpín. Allí, ante los ataques de los blindados rusos, miles de personas fueron a refugiarse bajo un puente. Entre ellas, Tatiana y sus hijos.
Sergei Perenbinis, el marido de Tatiana, trató infructuosamente de localizar telefónicamente a su familia. Llamó primero a su mujer. Luego a su hijo y finalmente a su hija. No obtuvo respuesta alguna. Más tarde, en las redes sociales vio la imagen de aquellos cuerpos cubiertos junto a la maleta gris. Una maleta abierta en la que Sergei reconoció los pantalones de chándal, las camisetas y los calcetines de sus hijos. Un tuit dramáticamente real.
Macabra, igualmente, fue otra escena que hemos podido ver en las páginas de diversos tabloides. La fotografía, realizada por Zohra Bensemra para la agencia Reuters, encuadraba al cuerpo de una mujer que según los vecinos de Bucha fue asesinada por los soldados rusos y yacía en el asfalto. La estampa tenía algo especial. La víctima hacía poco que se había hecho la manicura y en ella destacaba el esmalte rojo vívido por encima de los tonos oscuros de la imagen. Alguien que había encontrado tiempo para arreglarse las uñas en medio de la tragedia de la guerra se enfrentó a la muerte sin pretenderlo. Se llamaba Iryna. La reconoció su profesora de maquillaje, Anastasia Subacheva que compartió su identificación en Instagram. A Iryna, al igual que a cientos de personas como ella, la mataron los soldados rusos. Simplemente por ser ucraniana.
Resulta complicado no turbarse ante hechos tan despiadados. Y es difícil no sentir un pellizco en el corazón con reportajes tan cargados de valor emocional como los planteados por Mikel Ayestarán, corresponsal entre otros medios de EITB. Los testimonios por él recabados, el relato de la situación en la línea del frente, sus crónicas urbanas en el país invadido y , sobre todo, el contacto mantenido entre quienes se identifican como “niños de Chernóbil” y sus “familias de acogida” aquí en Euskadi, merecen todo mi reconocimiento, afecto y valoración. El periodismo que representa Ayestarán es un periodismo reconocible. Auténtico. Humano, de búsqueda de la verdad.
Concluyo estas líneas con un último pellizco en el corazón. Se trata de otra imagen. Otra fotografía. De una víctima en este caso sin identificar. De ella apenas se ve una mano. Está quemada, ennegrecida. Parece la mano de una mujer, pero no estoy seguro. En el suelo se aprecian ramas, bellotas, hierbas, tierra, suciedad. Y junto a la extremidad muerta se observa que se han desprendido unas llaves. Unas llaves como las que cualquiera de nosotros podemos llevar en el bolsillo. Las llaves de la casa a la que, probablemente, acudía la víctima cuando el destino armado le quitó la vida.
Una mano, unas llaves, y un llavero. En él, doce estrellas amarillas sobre un fondo azul. Un llavero con la bandera de la Unión Europea, nuestro emblema comunitario y el sueño democrático de Ucrania.
“Los ucranianos -decía Volodomir Zelenski, el pasado martes- se sienten motivados a defenderse y luchar por nuestra libertad, pero ahora ya luchamos por la supervivencia, este es el motivo que nos mueve. Luchamos también para ser miembros de pleno derecho de Europa. Con nosotros, la UE cada vez será más fuerte; pero sin ustedes, Ucrania se va a quedar sola. Hemos demostrado nuestra fuerza, y en el peor de los momentos somos como ustedes. Demuestren que la Unión Europea está con nosotros. Y no nos dejen caer. Demuestren que son europeos, y así la vida vencerá a la muerte. Y la luz, a la oscuridad”.
Sí, el pueblo ucraniano está siendo aniquilado por querer ser Europa. Por ser como nosotros. Que no se nos olvide. * Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV