as consecuencias prácticas de la decisión de Estados Unidos de declarar una guerra económica sin cuartel contra Rusia, recaen principalmente en sus aliados de la Unión Europea. Por ahora, el coste se expresa en una caída de beneficios empresariales por el cierre de negocios con Rusia, y un espectacular aumento de los precios de los combustibles, y de rebrote de todos los productos, un proceso inflacionario frente al cual no caben medidas económicas, pues su origen es claramente político. La única forma de evitar que la inflación se convierta en un problema económico de largo alcance -es decir, que deje de estar asociada a la coyuntura geoeconómica de las materias primas- es hacer que los trabajadores asalariados carguen con el mochuelo, evitando que los salarios recuperen el poder adquisitivo que se está volatilizando a gran velocidad. En caso contrario, la indexación salarial puede retrotraernos a una situación macroeconómica similar a la de los años setenta, con estancamiento económico y altas tasas de inflación durante un largo periodo.
Por lo tanto, con menos beneficios y menos salarios, la inversión y el consumo se van a resentir, y la tan ansiada recuperación económica post pandemia se retrasa ad calendas graecas.
No parece que sea una decisión muy sabia emprender una guerra económica a base de debilitar a las empresas y familias del propio país, pero hasta ahí llega la sabiduría de los actuales gobernantes. Los del otro lado del Atlántico, más duchos en estas lides, ya le han dicho al pueblo norteamericano que no hay mal que por bien no venga, y que si a partir de ahora ya no podrán beber vodka ruso o degustar el caviar del Volga -que como sabemos son ingredientes fundamentales de la dieta norteamericana- a cambio van a vendernos a los europeos un montón de gas licuado a unos precios enormes, mejorando así la balanza de pagos de Estados Unidos a costa de los sufridos consumidores europeos, que no solo no tendremos caviar ni vodka, sino tampoco aceite de semillas, o papel de aluminio, productos de los que no se van a privar en el país líder del eje del bien, porque los producen ellos o sus acólitos canadienses.
La cuestión es si el sufrimiento que nuestros líderes están dispuestos a infligirnos va a tener algún resultado en el objetivo de aislar a Rusia de la economía mundial y si este objetivo se va a lograr más o menos rápido, o tendremos que enfrentarnos a un largo ciclo de estancamiento político y económico en esta región del planeta.
La votación de la Asamblea general de la ONU el pasado 2 de marzo de condena a Rusia por invadir Ucrania significa para el líder del mundo que “el mundo rechaza las mentiras de Rusia” y muestra “una unidad global sin precedentes” con el “abrumador” voto a favor de la propuesta de Estados Unidos. El embajador de la Unión Europea ante la ONU, Olof Skoog, interpretó en la misma onda que la votación como una muestra de que “el mundo está con Ucrania” y del “aislamiento” de Rusia.
Pero un análisis más cuidadoso del resultado de la votación sugiere que ni es tan abrumador, ni el mundo tiene una única voz en este asunto. En efecto, solo cuatro países acompañaron a Rusia en el rechazo a la propuesta, todos ellos primeras figuras del eje del mal: Corea del Norte, Bielorrusia, Siria y Eritrea.
Pero hubo notables ausencias en la votación (Venezuela) y otros eximios representantes del eje de los aislables, se abstuvieron (Cuba, Irán, Laos). De hecho, las abstenciones se valoran como un rechazo abierto a la propuesta. Y un breve análisis de quienes se abstuvieron muestra una división flagrante en dos del planeta: Oceanía, América y Europa votaron en contra. Pero África y Asia se abstuvieron. En los resultados se revela con claridad que frente a estados Unidos y su liderazgo del mundo libre, se ha constituido un nuevo liderazgo, basado en China, que representa los intereses de gran parte del mundo excolonial afroasiático. En este escenario, Rusia, como país especializado en la exportación de materias primas, no es una amenaza para los intereses de estos países, y así se demostró en la votación en Naciones Unidas, donde países enfrentados, como Pakistán y la India, o Vietnam y China, o Sudán y Sudán del Sur, optaron todos por la abstención (Argelia también se abstuvo, y Marruecos no participó en la votación. Esto, por lo que a los intereses gasísticos españoles respecta, es también muy interesante).
Los países que se abstuvieron o votaron en contra representan al 53% de la población mundial. Mal se puede decir que “el mundo” está contra Rusia, salvo que, confirmando los temores de las excolonias, “el mundo” sea sinónimo de la OTAN, o a lo sumo de la OCDE y del patio trasero de Estados Unidos (si ningún país “rico” dejó de votar a favor, solo cuatro países de Iberoamérica se abstuvieron, y ninguno votó en contra). Los 34 abstencionistas y los cinco opositores representan a su vez más de la cuarta parte del PIB mundial.
Con unos 20 billones de euros de valor añadido -14 billones solo de China- las posibilidades de seguir comerciando, si bien más dificultosas, siguen abiertas para la economía rusa, que tiene un PIB equivalente a 1,5 billones de euros. La incautación de activos de empresas y particulares, o la expulsión de Rusia del sistema de gestión de pagos internacionales, a la larga se van a traducir en una reducción del peso del dólar como moneda mundial y como principal activo de reserva, en un creciente uso de canales monetarios alternativos al sistema de pagos SWIFT dominado por los norteamericanos.
Sin duda asistiremos pronto a la irrupción del sistema chino de pagos CIPS (Cross-Border Interbank Payment System - Sistema de Pagos Interbancario Transfronterizos). Concebido como un sistema de pago que ofrece servicios de compensación y liquidación para sus participantes en pagos y transferencias transfronterizas en moneda china (reminmbi RMB, yuan). Probablemente se acelerará su conversión en un sistema para organizar pagos en otras divisas, pasando así a ser una verdadera alternativa a los sistemas SWIFT (Estados Unidos) e IBAN (Europa). El CIPS entró en funcionamiento el 8 de octubre de 2015 con 19 bancos tanto chinos como extranjeros que se establecieron en China continental y 176 participantes indirectos que cubrían 6 continentes y 47 países y regiones.
Rusia por su parte dispone del sistema PESA (System for Transfer of Financial Messages -Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros) desarrollado por el Banco Central de Rusia. El sistema está en desarrollo desde 2014, y se puso en marcha después de que el gobierno de Estados Unidos amenazara con desconectar a Rusia del sistema SWIFT tras la anexión de Crimea. La primera transacción en la red del PESA en la que participó una empresa no bancaria se realizó en diciembre de 2017. En marzo de 2018, más de 400 instituciones (en su mayoría bancos) formaban parte de la red. Aunque el sistema sólo funciona en Rusia, ahora sin duda se acelerarán las actuaciones para integrarlo en la red con el CIPS.
El alejamiento de Rusia de Europa y su inclinación creciente hacia Asia solo puede resultar en un debilitamiento estratégico del proyecto comunitario y en un reforzamiento de su dependencia del actor norteamericano en el escenario geopolítico mundial. Mientras Rusia, Estados Unidos y China pueden esperar ventajas e inconvenientes en dosis variables de esta guerra económica, a la UE solo le toca perder. * Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV