esde que está en el poder, hace ya más de 20 años, Putin ha hecho descansar su política exterior en dos conceptos estratégicos con el objetivo de resucitar su sueño imperial: el primero, que la desaparición de la Unión Soviética en 1991 constituyó la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX; y el segundo, que el oso (el oso ruso, se entiende) no va a pedir permiso a nadie para defender sus intereses de seguridad y que se considera el rey de su taiga (la URSS), que no pretende abandonar ni dar o ceder a nadie.

Estas dos ideas enlazan con la política desarrollada por Rusia en los últimos cinco siglos, que ha estado determinada por la obsesión de garantizar su seguridad a través de la ocupación geográfica y territorial, y que culminó, primero, con la creación de la URSS en 1922, y segundo, con el establecimiento de sus áreas de influencia en países satélites dominados a través del Pacto de Varsovia y mediante la aplicación de la llamada “doctrina Brezhnev” de la soberanía limitada.

En efecto, a finales del siglo XVIII, la emperatriz Catalina II la Grande ya sentenció que “la mejor manera de defender las fronteras de Rusia es extendiéndolas”. En ello se empeñaron sus antecesores y también los sucesivos gobernantes rusos, incluido actualmente Putin. En el siglo XVI, Iván el Terrible amplió sus dominios hasta las actuales fronteras de la Rusia europea de hoy. En el siglo XVII, Rusia conquistó la actual Siberia, y el área de influencia rusa se consolidó en torno a las fronteras de la Rusia actual. Con ello, eliminaba la amenaza de recibir ataques desde el norte, al controlar el Ártico, y desde el este, al lindar con el Pacífico.

En cuanto al sur y al oeste, Pedro el Grande y Catalina la Grande ocuparon Ucrania, Bielorrusia y los Países Bálticos, y lograron establecer su presencia en el Cáucaso y en el Asia central. De esta forma, se dio forma a la URSS, con el dominio del Ártico, del Báltico, del mar Negro y del mar Caspio, así como del Pacífico norte hasta el mar del Japón.

Pero tras 70 años de vida, la URSS se desmoronó con la caída del Muro de Berlín. A pesar de todo ello, Putin pretende revivir hoy toda esta realidad imperial, sin reparar en medios, incluida la amenaza nuclear, y mediante el uso de la fuerza y de la imposición. Como los zares rusos o los mandatarios soviéticos, sigue considerando que reducir su influencia y dominio territorial constituye un riesgo y una amenaza para su propia seguridad y así, trata de seguir siendo una potencia global, y no sólo regional, en oposición a las democracias occidentales.

Sin embargo, en paralelo a todo este proceso ruso, los pueblos centroeuropeos y occidentales que derrotaron al nazismo y al fascismo en la II Guerra Mundial, se adentraron en desarrollar un proyecto de integración europea con el objetivo de establecer la paz, la democracia y la prosperidad entre los europeos. Eso sí, para lograrlo, se tuvo que producir un imprescindible cambio radical en el paradigma de las relaciones entre los pueblos europeos. De un esquema donde primaba la rivalidad, la asimilación y la imposición, propia de mentalidades y de pretensiones imperialistas, dictatoriales y supremacistas (las de Putin, precisamente), se pasó a otro diametralmente opuesto basado en el respeto y el reconocimiento mutuos entre los Pueblos europeos y su libre y voluntaria adhesión y decisión, como corolario de la defensa de valores como los derechos humanos, la democracia, la libertad y el desarrollo económico y social, y que aún restan por alcanzar y perfeccionar respecto algunos territorios europeos en lo que podríamos definir como un combate inacabado por la libertad y la democracia en Europa.

Esto es lo que se expresa en el fondo de la Declaración Schuman del 9 de mayo de 1950, que contiene los elementos y principios esenciales de lo que ha sido el proyecto de integración europea. En ella, Schuman, desde la igualdad, el respeto y la libre voluntad y adhesión de las partes proponía -que no imponía- a Alemania constituir una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, bajo una Alta Autoridad. Y, al mismo tiempo, invitaba -que no imponía- a otros pueblos europeos con características democráticas a adherirse al proyecto.

Este proyecto europeo, con sus debilidades, riesgos y amenazas, ha tenido éxito y constituye la contraposición y el espejo del fracaso de Putin y de su mentalidad y praxis imperial basada en la fuerza, la dominación y la imposición. Porque no olvidemos que Putin, al igual que los diferentes mandatarios soviéticos -algo que ya dejó escrito el propio lehendakari Agirre-, siempre ha visto a la UE como una amenaza a su propio sistema. Por eso, ha tratado de dividirlo y despreciarlo. No tolera que países fronterizos o antiguamente cercanos en lo ideológico a Rusia se sumen al proyecto europeo, como es el caso de Ucrania y otros. Quizás, porque algún día, el propio pueblo ruso que, a pesar de todo, vive en un mundo abierto e interconectado y sin cuya contribución en muchas áreas no se puede entender Europa, anhele también formar parte o parecerse en mucho a la Unión Europea.

El drama de Putin es que, tras la desaparición de la URSS, Rusia se quedó sin proyecto político. Pero la solución no es pretender volver a los antiguos modos y maneras imperiales e impositivas de dominación por la fuerza. Desde un punto de vista político y geopolítico, Putin está totalmente desfasado y llega dramáticamente tarde a los devenires de la Historia. Debemos repetir con contundencia que, como dice el Consejo Europeo, en pleno siglo XXI, no tiene cabida el uso o la amenaza del uso de la fuerza, ni de la imposición para cambiar las fronteras. Porque las tensiones y los conflictos políticos deben resolverse exclusivamente mediante el diálogo y la diplomacia.

Hoy, vivimos en un complejo tablero de juego repleto de riesgos estratégicos con una complejísima geometría variable. Y todos mueven o movemos piezas, también en Euskadi. Pero lo seguro es que, si Putin abraza la nostalgia zarista e imperial, quedará aislado y sin posibilidades de ofrecer a su pueblo y, al mundo en general, unas condiciones mínimas de convivencia, libertad y prosperidad.

El pueblo ruso es admirable. Procede diferenciarlo de sus mandatarios. Sufre también la represión sin piedad de Putin, mediante un sistema dictatorial, represivo, carcelario, envenedador y corrupto. Son también víctimas de su dictadura, de su fantasía imperial y de esta despiadada invasión.

El 13 de junio de 1937, 4.330 niños y niñas embarcaron en Santurtzi rumbo a Francia y, posteriormente, a Rusia, huyendo de la guerra del abominable dictador Franco. El pasado 22 de febrero, justo dos días antes del inicio del ataque militar de Putin a Ucrania, algunos de sus protagonistas han hecho un viaje de vuelta simbólico a Euskadi a través de la asociación Sever-Hijos de la Guerra de la URSS para recibir en la villa foral vizcaína, de la mano de la presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, Ana Otadui, cinco retoños del Árbol de Gernika que podrán plantar en el país que les acogió, en lugares históricos y emblemáticos relacionados con la lucha contra el franquismo, el fascismo y el nazismo.

El Árbol de Gernika, símbolo de las libertades del Pueblo Vasco y que resistió en pie a los bombardeos del dictador Franco y de sus estrechos aliados nazis y fascistas. Gernika, símbolo vasco universal de un grito desgarrador frente a la barbarie y al horror, y como reclamo de la paz y de la convivencia entre las personas y los Pueblos. Son ya cerca de 60 los retoños del Árbol de Gernika que pueblan jardines y plazas de medio mundo. Como el que plantó en Auschwitz el lehendakari Urkullu en 2016.

Ojalá que estos nuevos cinco retoños del Árbol de Gernika para Rusia sirvan para anidar en la mente, en los corazones y en el alma de los actuales mandatarios rusos poderosas semillas que les inspire para actuar en favor de la paz, de la libertad y de la convivencia entre las personas y las futuras generaciones de los Pueblos de Europa.

Y ojalá que, pronto también, otros retoños del Árbol de Gernika se puedan plantar en Ucrania como símbolo de la paz, de la solidaridad y de la reconciliación y convivencia entre los Pueblos, frente a la barbarie y el horror de Putin. * Senador EAJ/PNV