ener 13.000 armas nucleares y gastarse casi dos billones de dólares en el armamento mundial es un cáncer que está presente constantemente en la vida cotidiana de la humanidad. Determinadas guerras, especialmente las que se encuentran más cerca geográficamente, resultan un punto de inflexión para poder observar con más detenimiento que la crin de un caballo sujeta una espada por encima de nuestra cabeza y que, al menor movimiento, tal hilo se puede romper. Es momento de considerar que es posible, como sucedió en octubre de 1962, con la crisis de los misiles en Cuba, que del conflicto bélico llamado convencional, estemos a un tris de un conflicto nuclear. Se trata de una de las espadas de Damocles que hemos construido afanosamente, y con enormes esfuerzos económicos que podían dedicarse a mejores menesteres.
Las armas nucleares, con Hiroshima y Nagasaki al fondo, son un antiejemplo en la memoria colectiva de la humanidad. Una vez quitada la espoleta, nunca se sabe hasta dónde va a llegar la espiral de la violencia armada. Y es que las armas nucleares, en sus distintos grados destructivos, no son más que un escalón superior en la escalada armamentística, en la aventura de la catástrofe y el sufrimiento para millones de personas que tarde o temprano sentirán sobre sus cabezas algo más que el sonido de las sirenas. Cuando observamos una gráfica en torno a los países exportadores de armamento nos damos cuenta de que solo Estados Unidos, Rusia, Francia, Alemania, China y Reino Unido preceden a España en el ranking de países exportadores de armamento. Y no es un acto de deslealtad hacer referencia a este dato en el momento presente, porque el ranking de personas muertas, que sufren heridas, se tienen que desplazar, o ven aumentada su pobreza en el contexto de las guerras es tan invisible a las estadísticas como lo es el sufrimiento humano a gran escala.
Se dice que la Unión Europea surge de la terrible experiencia de las últimas guerras y de la apuesta para no combatir más entre países europeos. La encrucijada actual no nos ayuda a descubrir las posibilidades del futuro sin profundizar en la experiencia de la memoria y el olvido. A veces sometemos a la memoria para imponer el olvido y, en otras conmemoraciones forzadas, imponemos el recuerdo, pero es posible que las motivaciones de ese origen de la Unión Europea brillen en estos momentos por su ausencia, especialmente en relación a la militarización del mundo; y los últimos acontecimientos en torno a la invasión rusa a Ucrania representan un estímulo más, una justificación que cada vez tiene más apoyos para fortalecer la industria armamentística. “No se hace nada”, he oído decir a muchas personas ante las imágenes de desprotección de la ciudadanía ucraniana, y se referían a la necesidad de intervenciones rápidas, rotundas, y armadas contra Rusia.
Esa palabra maldita esgrimida como amenaza: “Tercera Guerra Mundial”, no se refiere ya solamente a que en el futuro se recuerden estas fechas como otras guerras se consignan en una enciclopedia. Es que, si se utiliza el armamento nuclear que existe en la actualidad, es posible que no queden rastros de la in-civilización actual. Ya no se trata ahora de especular sobre si nuestras facultades cognitivas pueden tener alguna utilidad en un futuro, sino de preguntarnos ahora qué hemos aprendido, qué hemos llegado a ser, y por qué nos encontramos en esta situación.
La guerra como elemento clave para solucionar-complicar conflictos agita el hilo de la espada de Damocles, le acerca una tijera. Quienes estábamos acostumbrados a avanzar, con sus crisis, claro, hacia el estado de bienestar, estamos discutiendo si hay que responder con más armamento para defender los valores que encarna la Unión Europea. Y no hay duda de que la agresión de Rusia a Ucrania es un brutal exceso, pero la complejidad de la evolución de los acontecimientos, desde al menos 2013 o 2014, con ocho años de guerra en la zona del Dombás, 14.000 personas muertas como consecuencia de la guerra, miles de personas heridas, con lo que todo esto conlleva, no es tan simple. Y no podemos olvidar el contexto, con la lucha geoestratégica, la economía, la corrupción, odios étnicos, y otros factores de fondo en los que se incluye a grupos paramilitares de extrema derecha. Y con estas observaciones también corremos el riesgo de simplificar los orígenes de los enfrentamientos, cuando hay innumerables rostros de personas que han sufrido, y sufren, en carne propia las consecuencias de las inadmisibles guerras para solucionar-complicar los problemas.
Desde Palestina, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen y decenas de países más no nos llega el hedor de la sangre a causa de la militarización de las relaciones humanas, aunque hay quien lo llama política internacional que, al no haber afectado hasta ahora a nuestras coordenadas geográficas, no nos ha dejado la sensación de estar bajo la espada de Damocles. Pero ahora sí la vemos sobre nuestra cabeza; aunque también nos colocamos bajo la espada cuando simplificamos los argumentos, cuando pensamos que si hay un conflicto una parte tiene toda la razón y la otra está totalmente manipulada. No nos atrevemos a observar que hay otra parte que tiene el mismo discurso, pero en sentido contrario. Y el mero hecho de realizar esta observación no pretende dejar un atisbo de complicidad, o una mínima justificación, a la brutalidad de la invasión de Ucrania.
Resulta que Dionisio II, siglo VI A.C., era un dictador en Siracusa que utilizaba el poder a su antojo. Damocles, un joven y adulador cortesano lo envidiaba tanto que, un día, Dionisio, al darse cuenta de la situación, le ofreció su asiento para que lo disfrutase con las atenciones de un gobernante absoluto. El caso es que en cuanto Damocles se sentó en el trono se dio cuenta de que le habían colocado una gran espada, pendiente de una crin de caballo, que se cernía sobre su cabeza. Al percibir la situación, el cortesano quedó embargado de un acceso de miedo y ansiedad tras la experiencia. Ese fenómeno psicológico, aunque no está homologado totalmente, es denominado por algunos especialistas como Síndrome de Damocles.
El caso es que el mismísimo Platón, que también estuvo unos años en Siracusa, recibió una solicitud del mismo Dionisio, para que elaborase una constitución para Siracusa con las mejores leyes. Y cuando el tirano escuchaba a Platón hablando sobre la virtud, el conocimiento y la justicia, solo consiguió su expulsión y un apresamiento que lo llevó a ser esclavizado y comprado por un amigo en el mercado. Es también la otra espada de Damocles que cae sobre la cabeza de quienes hablan de virtud, o disienten de los tiranos. Y, ya puestos en plan platónico, podemos preguntarnos: ¿Será posible una mejor formación de la clase política en el campo de la ética para que podamos considerar que su comportamiento entra en lo que podemos clasificar como verdaderamente humano? ¿Gobernarán aquellas personas que ponen los intereses del bien común por encima de los suyos propios? Y conste que en “La República”, donde Platón realiza propuestas interesantes, no se libra de críticas actuales sobre la idea eugenésica propuesta, utilizada por el nazismo, de que la reproducción de los seres humanos debía controlarse por el gobierno para mejorar los genes que van a heredar las futuras generaciones. Y es que nadie se libra de poder recibir críticas de contraste.
Pensábamos que los síntomas del cáncer de las dos guerras mundiales no se iban a volver a repetir, pero no hemos sido capaces de descolgar la espada de los armamentos, la avaricia económica y la lucha por el control geoestratégico, que es lo que nos produce ahora tanta angustia, porque no sabemos cómo se cura. Vuelven el miedo y la ansiedad ante una recaída. Pero no tenemos remedio. Nos ha costado tanto templar las diferentes espadas que penden de nuestras cabezas... que no se terminan de marchar los pensamientos catastróficos, aunque también hay muchas personas de las que sale lo mejor de ellas desde un plano colaborativo, para curar heridas y, ejerciendo de protagonistas sociales, aminorar el sufrimiento ajeno. ¿Se tratará de una ansiedad durante un tiempo significativo? ¿Se nos olvidará pronto? ¿Nos atrapará de nuevo la enfermedad? * Escritor