esulta obvio que nos ha tocado vivir en un mundo de complejidad creciente, y aunque lo hemos construido nosotros -aquí no vale mirar para otro lado-, nos resulta cada vez más extraño, más difícil de entender e inmanejable. Es notorio, también, que hablar de complejidad sin más, resulta poco concreto y, por lo tanto, estéril, por lo que voy a concretar algunos aspectos de esa situación. Entre ellos, destacaré aquellos que considero más impalpables e influyentes dentro del conjunto de variables que definen esa complejidad.
A mi juicio se han consolidado tres ejes de influencia sobre el modo de vida, inexistentes en las sociedades anteriores al último cuarto del pasado siglo XX, o, al menos, inexistentes con la intensidad que ahora se manifiestan.
Por un lado está lo que llamamos -y asumimos casi de manera inconsciente-, el fenómeno de la Globalización. Tiene muchas aristas, aspectos favorables, y condicionantes negativos, pero lo que se ha transformado casi de manera imperceptible es la unidad decisoria y ejecutiva para proteger al ciudadano como ha sido hasta ahora el Estado. Pongamos un ejemplo: las tensiones financieras internacionales generadas en el año 2008, solo pudieron enfrentarse desde unas acciones coordinadas -al margen del éxito o no de las mismas-, a nivel internacional. Dicho de otra manera, los Estados como tales, y como se los concebía hasta entonces, demostraron que no tenían la suficiente capacidad para actuar de manera individual.
En segundo lugar, bajo el término robusto de Tecnología se ubican desarrollos conceptuales con sus aplicaciones, que están incidiendo directamente en nuestra vida diaria: biología, sanidad, modelo productivo, brecha entre el tipo demanda de puestos de trabajo y la formación que reciben de los trabajadores actuales y futuros, etc. En un horizonte no muy lejano se notará con mayor claridad esa influencia, especialmente la derivada de lo que llamamos la inteligencia artificial.
Por último, la Velocidad a la que se producen y perciben los procesos, y el fluir de las ideas y de los hechos, provoca un efecto ruido que dificulta la percepción y la comprensión de esos hechos y sus circunstancias, por parte de la mayoría de los ciudadanos de todos los países. Y ello, tiene consecuencias.
Unas consecuencias que afectan a planos básicos en la vida de las personas como son los aspectos económicos, culturales y sociales, lo que provoca un protagonismo indeseado de la incertidumbre, y ello, no nos complace, ni gusta. Además implica un incremento en la percepción de distanciamiento entre las élites económicas, sociales y culturales y los ciudadanos, lo cual no parece que resulte bueno. Esa sensación afecta hasta la percepción sobre el propio modelo de convivencia, es decir, de la propia democracia.
Cubrir ese espacio negro, ese distanciamiento, entre las élites y la base social resulta adecuado y oportuno, y, en ello, las Organizaciones Intermedias adquieren un valor importante de cara a consolidar sociedades oportunamente estructuradas.
Y esas Organizaciones Intermedias, siempre y cuando garanticen su transparencia y su universalidad, desde el respeto a los derechos individuales y colectivos básicos, complementándose con procesos decisorios públicos y accesibles, evitando, en lo humanamente posible, la defensa de intereses espurios de minorías elitistas, están llamadas a conseguir una serie de logros.
En concreto, una menor suplantación, que no colaboración, de la iniciativa privada por la pública, facilitando la transición hacia una sociedad menos paternalista y en la que resultase más incómodo e inconveniente la pertenencia a grupos, sean éstos del tipo que sean, con fines ajenos a los ideológicos o religiosos. Ello supondría una clara reducción del clientelismo político.
En definitiva, una sociedad más transparente y próxima, más cooperante y menos asustada ante los cambios aparentemente infinitos y permanentes. * Economista