Es difícil encontrar alguna jornada de la competición de fútbol en cualquiera de sus categorías en la que en algún estadio no se produzcan comportamientos lamentables de racismo e intolerancia. El último episodio de una execrable conducta de estas características tuvo lugar el sábado en el Metropolitano, cuando varios espectadores emitieron sonidos “imitando a un mono” dirigidos hacia el jugador del Athletic Nico Williams, según recoge el acta elaborada por el árbitro del partido. Este tipo de comportamientos intolerables se producen con excesiva asiduidad e incluso van en aumento pese a las campañas de concienciación y a las denuncias que de ellos se derivan. Como sucede en otros ámbitos, la proliferación de casos conocidos por la opinión pública puede ser debida, precisamente, a que existe una mayor concienciación contra estas actuaciones. El hecho de que durante un partido se active el protocolo contra el racismo, con la interrupción del juego y la obligación de que se anuncie por la megafonía del estadio que esas actitudes deben cesar o se procedería a la suspensión del encuentro, supone un avance –limitado– en la lucha contra esta lacra. Pero, obviamente, no es suficiente. Tampoco lo son, resultando imprescindibles, los comunicados y mensajes de condena y de solidaridad y apoyo a las personas que han sido gravemente atacadas e insultadas. Estos vergonzosos comportamientos son minoritarios y aislados, pero no pueden ser minimizados ni subestimados porque no son en absoluto ajenos a una realidad creciente de actitudes que cabría integrar dentro de los diferentes delitos de odio fruto de una peligrosa deriva social alentada por la ultraderecha. El racismo en el deporte no se puede, por tanto, ni banalizar ni normalizar. Tampoco puede quedar impune. La prevención a todos los niveles sigue siendo la asignatura pendiente. Tanto LaLiga –que hoy presentará una denuncia ante el Fiscal delegado de Delitos de odio por los cánticos contra Nico Williams– y otros estamentos deportivos como los propios clubes deben actuar con contundencia y celeridad. Solo así podrá ponerse freno a esta infame ola racista que amenaza con desprestigiar aún más el mundo del fútbol, pero sobre todo porque responde a ideologías incompatibles con la convivencia en una sociedad libre y democrática.
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