n la comunidad internacional está arraigada la idea de que solamente la creación de dos Estados podrá resolver el conflicto palestino-israelí. De hecho, la mayoría de la población de ambos países no concibe que sea factible otra solución, habida cuenta además que la prolongada violencia ha abierto una brecha que parece imposible de cerrar. Sin embargo, cada vez más intelectuales e incluso activistas de ambos lados piensan que la solución más viable sería el estado binacional. Un Estado para dos naciones. Uno de esos intelectuales es Michel Warschawski.
La alternativa binacional es muy compleja y está llena de trampas. Pero conviene profundizar en sus posibilidades antes de rechazarla, ya que también tiene la ventaja de neutralizar problemas propios de la disputa de territorios. Tras la partición de la Palestina histórica, en un acto arbitrario de Naciones Unidas, Al Fatah, presidida por Arafat, abogaba por la creación de un Estado laico binacional, en el que ambos pueblos cohabitarían. Pero el sionismo la rechazó por dos razones: la carrera demográfica estaba ganada de antemano por el lado palestino y en pocos años la población judía sería minoritaria y, como consecuencia, el proyecto de un Estado de la nación hebrea quedaría enterrado. Tras la guerra del 67 los puentes quedaron rotos, el conflicto se radicalizó aún más y las dos partes quedaron ancladas en la idea de dos Estados, al menos en la propaganda.
Judío de origen polaco, Michel Warshawski, hijo de un prestigioso gran rabino, es cofundador y codirector del Alternative Information Center (AIC) una ONG mixta, formada por palestinos e israelíes. En Tel Aviv, donde vive, no deja de ser hostigado por los sectores sionistas, los mismos que en el 89 le metieron en la cárcel por repartir panfletos contra el poder. A la pregunta de por qué la solución binacional, responde: “En realidad, en mis libros hablo del reto binacional y no del estado binacional. La idea del estado binacional sería posible sólo si los palestinos y los sionistas quisieran, y no es esto lo que buscan. De hecho, mi amigo Elías Sambar, señala la belleza de mi sueño, pero me advierte de que no debo olvidar que lo que Palestina necesita es una solución, y no más sueños”.
Warschawski, por su respuesta, parece dar un paso atrás, pero enseguida se anima y considera que la única solución es un único Estado en la Palestina histórica, que integre a árabes y judíos y que sea binacional y laico. Según Warschawski, en lo que se refiere al conflicto palestino-israelí hay que “salirse del dogma de dos estados”, para construir un “Estado plural, donde vayan de la mano una ciudadanía compartida y el reconocimiento de identidades colectivas diversas”. ? Piensa que en este proceso tendrá un importante papel la minoría árabe de Israel.
De hecho, el debate sobre la binacionalidad ha estado vivo entre intelectuales sionistas liberales. La idea central de la propuesta era y es, “iguales derechos para la ciudadanía de las dos nacionalidades”. Es verdad que hace ya muchos años que la fuerza política, social e intelectual de la binacionalidad es pequeña, marginal, pero cuanto más fracasa el diálogo para la creación de dos estados, más posibilidades tiene de abrirse camino.
Un pilar básico de la opción binacional es la inviabilidad del Estado palestino, dada la base territorial insuficiente y la disgregación de los actuales enclaves palestinos en una Cisjordania trufada de colonias judías belicosas. Para Warschawski, la alternativa binacional puede parecer descabellada, pero merece la pena estudiarla como una alternativa radical al régimen sionista y colonial, estructuralmente levantado y sostenido sobre un apartheid. La alternativa binacional acabaría con conflictos estratégicos como la lucha por el control de la tierra y del agua, haciendo innecesario el muro sionista.
“Ha llegado el momento de abandonar la tradicional solución de los dos Estados y centrarse en el objetivo de iguales derechos para judíos y palestinos”, escribió en The New York Times el prestigioso ensayista judío estadounidense Peter Beinart. Si nos remontamos a los año cuarenta del siglo XX, en el congreso sionista de Biltmore, Hannah Arendt, ya defendió la vía binacional como una especie de federación. De la misma idea eran Edward Said y Tony Judt, intelectuales ambos, el primero palestino y el segundo judío. En el caso de Arendt, su posición le valió ser acusada de colaboracionista. Pero, llegados a este punto hagamos un repaso de los perfiles de las diferentes soluciones que se han manejado y discutido.
La solución de dos estados tiene la ventaja de estar muy presente en la percepción y conciencia de las sociedades de Israel y Palestina. El enfrentamiento ya muy prolongado en el tiempo ha abierto brechas difíciles de cerrar. Por decirlo de manera sencilla, la solución de dos estados es lo natural, hoy por hoy. Ya lo fue para la ONU en 1948, siendo objeto de negociaciones que no prosperaron en los Acuerdos de Oslo (1993).
Existe una tercera vía que es sobre todo teórica, pero no por eso ha sido borrada del mapa de las soluciones. La alternativa de una confederación palestina-jordana tomó alguna fuerza entre los años 1948 a 1967. Basada en el hecho de que el 60% de la población de Jordania es palestina, su aplicación práctica pasaría porque la población palestina de Cisjordania aceptara trasladarse al país Hachemita. Justamente unos de los obstáculos es que la población palestina no reconoce a la monarquía que gobierna Jordania. Tampoco la población de este último país acepta la llegada de más de cuatro millones de palestinos. La complementariedad la pondría la unión de la franja de Gaza a Egipto (1,8 millones). Esta propuesta nunca fue negociada y no parece que tenga futuro. Claro que para Israel la solución jordana sería magnífica.
Lo cierto es que pasan los años, las negociaciones están bloqueadas y mientras el debate sobre cuál es la opción más viable ocupa a cancillerías que miran hacia Estados Unidos, los sionistas siguen casi discretamente avanzando en su plan de judaización que no ha cesado desde el fin de la guerra del 67. Su proyecto pasa por lograr una inversión demográfica de Jerusalén y de otras ciudades como Hebrón, mediante la expulsión de palestinos y la ocupación de sus espacios por nuevos colonos. En este proceso, Jerusalén, calificada por los sionistas como “capital eterna de Israel” es la punta de lanza del Gran Israel (Eretz) que pretende el control de toda la palestina histórica. El libro del periodista navarro Alberto Pradilla El judío errado aporta buena información sobre este proceso que se inscribe como la opción real del sionismo: un único Estado, el judío. Para los palestinos el exilio y el refugio perpetuo.
Israel ganó la guerra de 1967, se adueñó de toda Jerusalén y saltándose la resolución de la ONU que designaba a la ciudad santa como ciudad internacional abierta, la tomaron y militarizaron por completo. La toma de Jerusalén fue seguida de una limpieza étnica, ya que todo el barrio marroquí fue destruido, muriendo muchas familias bajo los escombros dado que se negaron a abandonar sus casas mientras las máquinas israelíes lo arrasaban todo.
Michel Warschawski afirma: “Europa, y la comunidad internacional, fueron quienes crearon este conflicto. Los europeos decidieron resolver el problema de los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y del genocidio de los judíos de Europa diciendo: Os damos un Estado, coged las llaves, veinte francos. Tendréis apoyo político, militar, etc. Haciendo así pagar a los árabes de Palestina por un crimen que les era extraño. Para Europa, fue una forma abyecta de desentenderse, a costa de los demás, de su responsabilidad en el genocidio nazi”.